Prologo
Sería un buen proyecto.
Comenzar con estas frases y años mas tarde, bajo este pilón, realizarme. Sueño en noches por delante, con este mismo pilón en dos pedazos; como toda buena historia: lo ya escrito y lo a escribir.
Lo que más me atrae de este proyecto es que parece ser imposible (aunque sé que no lo es). Si el fin es escribirlo, bastan la paciencia y la dedicación. Si el fin es conectarme con el sujeto que quiero ser, requerirá de mucho mas que paciencia y de una dedicación que uno solo pone para sí.
Idealizo el proyecto.
No habrá límites ni espacio.
No habrá tiempo ni colores vanos.
Solo letras de un mismo color, unas tras otras, recorriendo este pilón que aún se encuentra intacto.
Quizá desborde incoherencias, pero pienso que al fin todo ha de cerrar, de algún modo misterioso. Basta hacer la prueba.
Y a escribir, que falta tanto.
Una novela escrita en 1999 por Gervasio Goris. En ella vemos una historia de un muchacho solitario que empieza a guiar sus actos segun lo que piensa que un grillo le dicta en sus chirridos.
domingo, 31 de octubre de 2010
sábado, 30 de octubre de 2010
El Grillo 02
El Grillo
Ya lo tenía adentro desde hacía dos noches. Su chillido incesante pretendía mantenerme insomne por tercera vez. Pero no iba a soportarlo, ya no podía hacerlo.
Tome linternas y me decidí a encontrar el grillo. Con cautela escudriñe todos los cuartos. Pero con cada movimiento el chillido cesaba. Debía encontrarlo aquella noche. De todas formas, sabía que era mas útil la búsqueda que la insulsa y desesperante espera del amanecer.
Dos bolas en el horizonte. Una descendía temiendo que la otra la acusara de usurpadora. Al este y al oeste dos luces sobrias se extinguían. El grillo se había callado. Permaneció así tranquilo alrededor de una hora y media y cuando se decidió a retornar con su chillido opaco, yo me decidí a escapar. No podía ya escucharlo chirriar, con intervalos cada vez mas cortos, con la monotonía de una cárcel.
No me atreví a volver en todo el día. No sé por donde anduve, pero sé que era ya muy tarde cuando temeroso decidí regresar a mi hogar. Justo antes de girar la llave algo insospechado ocurrió. En el más absoluto silencio de la madrugada escuche la aterrante fricción de las patas del grillo. No pude controlarme. Retome la escalera bajándola de a tres escalones. Dos pisos mas abajo caí en forma estrepitosa, pero no me detuve. Una vez que me encontré fuera logre tranquilizarme. Todavía era de noche, así que decidí dormir allí en la puerta del edificio.
Por la mañana me despertó el portero. Supuso que había perdido la llave, y no tuve otro remedio que asentir para no pasar por loco. ¿Loco? Si, eso hubiera parecido si aceptaba el haber sido desalojado por un grillo. Me hallaba afuera con el portero, que me miraba extrañado, a pesar de sus suposiciones erradas. Se ofreció a derribar mi puerta, quizá a cambio de una propina no requerida expresamente. Entonces fue necesario hacer uso de mis dotes histriónicas. Fingí un olvido, y salí corriendo por la avenida.
No sabía cuando podría regresar. Por lo pronto me encontraba sin hogar, en la calle, por un grillo. Sé que puede sonar extraño, pero nadie que haya escuchado ese incesante chirrido por tres noches consecutivas puede hallarse en estado normal. Creo haber dormido toda la tarde en una plaza. No recuerdo cual era, pero era bonita, agradable. Esa tarde tuve un encuentro fortuito, del que mas adelante tendré para hablar. Fue justo tras la siesta, cuando me disponía a partir hacia mi hogar. Hoy realmente dudo que ese encuentro fuera tan casual como me pareció aquella tarde. Pero ahora sigo, para que pueda entenderse mi historia, mi trágica verdad que tiene varias razones y diversos ángulos, pero una sola mirada basta para comprender mis acciones.
Cuando volví a la casa, ya era hora de cenar. Por suerte no encontré al portero…claro, era la hora de cenar. Iba subiendo, cuando a la altura del cuarto piso, me quede inmóvil. Me aterrorizaba la idea de volver a escuchar el chirrido del grillo al llegar al quinto piso, o quizá mas adelante al llegar al sexto o al séptimo. El pánico me congelo en el tercer escalón del cuarto piso. Tuve que detenerme por un largo rato, hasta que después de pensarlo bien, decidí tomar asiento sobre el frío mármol del cuarto escalón. Permanecí mas de dos horas allí sentado y todo daba vueltas en mi cabeza. Probablemente se hubiera ido, de forma misteriosa, como a su arribo. Pense en la posibilidad de volver varios días mas tarde, ya que según mis cálculos, un grillo no podía vivir tanto. Dos horas tarde en darme cuenta de lo insostenible de aquella situación: estaba sentado en medio de una escalera, con un olor a cuerpo bastante fuerte y sin comer desde el día anterior. Tome valor y subí los cinco pisos que me distanciaban del terror.
Entre violentamente, para evitar la parálisis del miedo.
Estaba allí esperándome. Seguramente había permanecido en silencio esperándome, todas esas horas, esperando; tanto o más desesperado que yo. Y ahora, tras el descanso y la espera, comenzaba nuevamente.
Un grito de pánico desató el desastre. Comente a destrozar todo con la intención de hallarlo, pero solo logre que chillara mas fuerte, hasta el limite de lo humanamente soportable. ¿Por que? ¿Porque a mí? ¿Que no había otros hogares con los cuales ensañarse? Estaba ya a punto de enloquecer cuando note algo asombroso: el chillido no venía de un lugar sino de todas partes. Era por eso que no podía encontrarlo. Sin embargo este efecto podía ser solo una ilusión, pero algo era seguro: ese grillo estaba adentro y de él debía provenir ese chillido (¿sino de donde?). Seguro.
Era cierto. Finalmente logre encontrarlo. La casa semidestruída fue testigo de esa búsqueda enloquecida.
Bajo un fruto podrido, atrás del lavarropa, estaba esperándome, porque creo que ya estaba resignado cuando logre encontrarlo y sabia que iba a caer bajo mis brazos, como si me conociera de años y supiera de mis obsesiones y constancias. Y permaneció inmóvil, como queriendo burlar al tiempo o saltear lo inevitable, ahora si en silencio ante mi mirada de triunfo y mi mano poderosa que lo descubría bajo el fruto. Él parecía entregado, pero no me animaba a hacerle nada. No chillaba, ni intentaba un salto, ni siquiera un movimiento vano. Hubiera querido atraparlo para hacerlo volar por la ventana, enviarlo hacia otras sesiones de tortura en otras casas que necesitaran su chillido mas que yo. Pero no pude, porque era mi grillo y su chillido no tenía sentido para el resto.
Se me cayo una lagrima. Tome un bastón viejo de mi abuelo Negro y lo aplaste contra el suelo…tres veces, solo para asegurarme que no hubiera mas chillidos esa noche.
Ya lo tenía adentro desde hacía dos noches. Su chillido incesante pretendía mantenerme insomne por tercera vez. Pero no iba a soportarlo, ya no podía hacerlo.
Tome linternas y me decidí a encontrar el grillo. Con cautela escudriñe todos los cuartos. Pero con cada movimiento el chillido cesaba. Debía encontrarlo aquella noche. De todas formas, sabía que era mas útil la búsqueda que la insulsa y desesperante espera del amanecer.
Dos bolas en el horizonte. Una descendía temiendo que la otra la acusara de usurpadora. Al este y al oeste dos luces sobrias se extinguían. El grillo se había callado. Permaneció así tranquilo alrededor de una hora y media y cuando se decidió a retornar con su chillido opaco, yo me decidí a escapar. No podía ya escucharlo chirriar, con intervalos cada vez mas cortos, con la monotonía de una cárcel.
No me atreví a volver en todo el día. No sé por donde anduve, pero sé que era ya muy tarde cuando temeroso decidí regresar a mi hogar. Justo antes de girar la llave algo insospechado ocurrió. En el más absoluto silencio de la madrugada escuche la aterrante fricción de las patas del grillo. No pude controlarme. Retome la escalera bajándola de a tres escalones. Dos pisos mas abajo caí en forma estrepitosa, pero no me detuve. Una vez que me encontré fuera logre tranquilizarme. Todavía era de noche, así que decidí dormir allí en la puerta del edificio.
Por la mañana me despertó el portero. Supuso que había perdido la llave, y no tuve otro remedio que asentir para no pasar por loco. ¿Loco? Si, eso hubiera parecido si aceptaba el haber sido desalojado por un grillo. Me hallaba afuera con el portero, que me miraba extrañado, a pesar de sus suposiciones erradas. Se ofreció a derribar mi puerta, quizá a cambio de una propina no requerida expresamente. Entonces fue necesario hacer uso de mis dotes histriónicas. Fingí un olvido, y salí corriendo por la avenida.
No sabía cuando podría regresar. Por lo pronto me encontraba sin hogar, en la calle, por un grillo. Sé que puede sonar extraño, pero nadie que haya escuchado ese incesante chirrido por tres noches consecutivas puede hallarse en estado normal. Creo haber dormido toda la tarde en una plaza. No recuerdo cual era, pero era bonita, agradable. Esa tarde tuve un encuentro fortuito, del que mas adelante tendré para hablar. Fue justo tras la siesta, cuando me disponía a partir hacia mi hogar. Hoy realmente dudo que ese encuentro fuera tan casual como me pareció aquella tarde. Pero ahora sigo, para que pueda entenderse mi historia, mi trágica verdad que tiene varias razones y diversos ángulos, pero una sola mirada basta para comprender mis acciones.
Cuando volví a la casa, ya era hora de cenar. Por suerte no encontré al portero…claro, era la hora de cenar. Iba subiendo, cuando a la altura del cuarto piso, me quede inmóvil. Me aterrorizaba la idea de volver a escuchar el chirrido del grillo al llegar al quinto piso, o quizá mas adelante al llegar al sexto o al séptimo. El pánico me congelo en el tercer escalón del cuarto piso. Tuve que detenerme por un largo rato, hasta que después de pensarlo bien, decidí tomar asiento sobre el frío mármol del cuarto escalón. Permanecí mas de dos horas allí sentado y todo daba vueltas en mi cabeza. Probablemente se hubiera ido, de forma misteriosa, como a su arribo. Pense en la posibilidad de volver varios días mas tarde, ya que según mis cálculos, un grillo no podía vivir tanto. Dos horas tarde en darme cuenta de lo insostenible de aquella situación: estaba sentado en medio de una escalera, con un olor a cuerpo bastante fuerte y sin comer desde el día anterior. Tome valor y subí los cinco pisos que me distanciaban del terror.
Entre violentamente, para evitar la parálisis del miedo.
Estaba allí esperándome. Seguramente había permanecido en silencio esperándome, todas esas horas, esperando; tanto o más desesperado que yo. Y ahora, tras el descanso y la espera, comenzaba nuevamente.
Un grito de pánico desató el desastre. Comente a destrozar todo con la intención de hallarlo, pero solo logre que chillara mas fuerte, hasta el limite de lo humanamente soportable. ¿Por que? ¿Porque a mí? ¿Que no había otros hogares con los cuales ensañarse? Estaba ya a punto de enloquecer cuando note algo asombroso: el chillido no venía de un lugar sino de todas partes. Era por eso que no podía encontrarlo. Sin embargo este efecto podía ser solo una ilusión, pero algo era seguro: ese grillo estaba adentro y de él debía provenir ese chillido (¿sino de donde?). Seguro.
Era cierto. Finalmente logre encontrarlo. La casa semidestruída fue testigo de esa búsqueda enloquecida.
Bajo un fruto podrido, atrás del lavarropa, estaba esperándome, porque creo que ya estaba resignado cuando logre encontrarlo y sabia que iba a caer bajo mis brazos, como si me conociera de años y supiera de mis obsesiones y constancias. Y permaneció inmóvil, como queriendo burlar al tiempo o saltear lo inevitable, ahora si en silencio ante mi mirada de triunfo y mi mano poderosa que lo descubría bajo el fruto. Él parecía entregado, pero no me animaba a hacerle nada. No chillaba, ni intentaba un salto, ni siquiera un movimiento vano. Hubiera querido atraparlo para hacerlo volar por la ventana, enviarlo hacia otras sesiones de tortura en otras casas que necesitaran su chillido mas que yo. Pero no pude, porque era mi grillo y su chillido no tenía sentido para el resto.
Se me cayo una lagrima. Tome un bastón viejo de mi abuelo Negro y lo aplaste contra el suelo…tres veces, solo para asegurarme que no hubiera mas chillidos esa noche.
viernes, 29 de octubre de 2010
El Grillo 03
La lluvia
Comenzó a llover, y con la lluvia vinieron los truenos. Hacia menos de veinticuatro horas que había matado al grillo de tres bastonazos, y eso no me hacia sentir nada bien. Pero... qué podía hacer. De algún modo debía recobrar mi vida. Y si debía optar entre la de él y la mía, claramente elegía la mía.
La lluvia me distrajo por un rato, ya que mi insomnio había vuelto.
Comenzó a llover, y con la lluvia vinieron los truenos. Hacia menos de veinticuatro horas que había matado al grillo de tres bastonazos, y eso no me hacia sentir nada bien. Pero... qué podía hacer. De algún modo debía recobrar mi vida. Y si debía optar entre la de él y la mía, claramente elegía la mía.
La lluvia me distrajo por un rato, ya que mi insomnio había vuelto.
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