De chico
Era callado. Solitario.
Y tenia un rasgo detestable: le caía bien a la gente.
Como alguna vez dijo mi madre: “ es imposible enojarse con él”. Claro que esto era mentira, ya que todos se enojaban conmigo alguna vez. Como cuando traje dos manzanas podridas del mercado, cuando perdí el dinero que llevaba para pagar una cuota, cuando rompí el tocadiscos (aunque haya sido con una buena intención). Pero no fue en vano, ya que todos esos enojos quedaron bien registrados. Hoy guardo muy bien el dinero. Pienso que los escondites son mucho mejores que los bancos y sus cajas de seguridad para guardar el dinero, y cuanto más obvios mejor. Además me fijo muy bien, antes de comprar manzanas o cualquier otra fruta, que no tengan ningún rasgo de putrefacción mediata. El tocadiscos aun se conserva sin reparar.
Es cierto que aprendí mucho de chico, pero si no aprendí mas fue por esa maldita simpatía no premeditada que aprendí a sostener, pese a mis falencias de carácter.
La mayor parte del tiempo estaba solo. No recuerdo bien que hacia. Creo que pensaba... si, pensaba mucho, de una forma que otros gustan llamar ensueño. Quizá la mejor forma de vida, el autoengaño mas dulce.
Los años de inocencia no son tales. En realidad solo son años en los que el ensueño todavía esta a nuestro alcance. Esta capacidad de ensoñar, es una de las tantas cosas que uno deja sin saber bien porque. Así sucedió conmigo.
No sé en que momento deje de ser chico y comencé a ser grande, pero sé que no tuvo que ver con la edad, sino con la circunstancia. Porque creo que no hay edades para madurar. Mucho menos para olvidarse del más maravilloso don que poseemos: el sueño en vida.
Por esos años fui armando historias que nunca redacte. Imaginándome reinos y tierras que no existen. Ideando planes imposibles. Así fue mi niñez. Con una soledad tan rica que aun hoy desde esta celda añoro. Porque era una soledad distinta. No era una de cuarto vacío, de una cama sola y un plato en la cocina. Era, mas bien, una soledad de aventura, superior a todo el resto. Una soledad que compartía con mi mismo en la cotidianeidad de la vida de otros.
Recuerdos tengo muchos, casi todos lindos: música, siempre música; los pies sobre la mesa; el whisky de mi padre y el silencio mas lindo que haya oído. Dos ojos entre tristes y comprensivos, que no podían tener la maravilla que yo nunca fui. Ahora lo pienso, el silencio fue un rasgo central de mi niñez, que aun hoy me domina. Porque es verdad que puedo hablar cuando quiero (y de hecho puedo hacerlo en forma bastante agradable), pero soy un tipo mas bien callado.
Debo admitir que crecer no fue fácil para mí. Quizá para nadie lo sea, pero tampoco podría decir que fue difícil. Decirlo seria un insulto para quienes, con infancias traumáticas, aun subsisten. Siento que crecer fue un trance, un recorrido hasta mi ser actual. Era entonces, en potencia, lo que hoy soy en actos.
El idealismo era ensueño.
La tolerancia era respeto, aunque no tanto.
El libertario era entonces un rebelde silencioso, de incógnito. Un rebelde con ejercito propio, con armas letales y un comando sin fronteras.
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