Nueve y veinte
Nos encontramos nueve y veinte. El plan me seria develado mientras fuera transcurriendo, y en la medida que fuera necesario. En cada paso se me fue informando sobre mis tareas asignadas. Solo éramos Víctor y yo. Supuse que esperábamos a alguien más. Le pregunte al respecto y contesto simplemente que no, que no hacia falta más gente para lo que íbamos a hacer. No sabia que me esperaba, y esto me ponía bastante nervioso. Tan solo llevaba mi aerosol negro en la mochila, tal como Víctor me había instruido.
Caminamos por la avenida mas de diez cuadras hasta que Víctor se detuvo frente a un banco.
-Es acá- dijo.
-Acá, que...
-Entremos, vos seguíme- completo sin contestarme.
No sabia de que se trataba, pero lo seguí.
Víctor se paro en medio del salón y me miro sonriendo. Entonces saco un arma de su bolsillo y disparando al techo grito bien fuerte:
-¡TODOS QUIETOS, ESTO ES UN ASALTO!
Al día siguiente me levante con cansancio. Serian las dos de la tarde.
Había corrido mucho. Eso sí, estaba sano, ni un rasguño. Todo aparecía borroso en mi mente y los eventos del día anterior se entremezclaban y parecían parte de un sueño incomprensible del cual no lograba despertar. Recordaba disparos, vidrios rotos y horas al trote. Un profundo horror me invadió entonces al sentir la traición en carne. Y el recuerdo, repentinamente se volvió en mi contra.
No sabia que hacer. En aquel momento solo una cosa ocupaba mi cabeza:
Ella debía estar esperando.
Alguien debía haberla llamado ya para avisarle... ¿pero quien?
Al fin, tome coraje y me decidí a llamar al numero que me había dado Víctor. Saque el papel, que aun conservaba en mi bolsillo, y disqué. Su voz atendió del otro lado. Se le oía preocupada.
-La señora de Víctor... - fue lo primero que se ocurrió, ya que esta vez no había frase preparada y no sabia como llamarla.
-Sí, soy yo- contesto presurosa.
Le dije quien era y con la mayor calma posible comencé a explicarle que algo no había salido bien y que debía saber que Víctor no volvería a su casa por un tiempo. Su voz, se torno más temblorosa.
-Pero... ¿qué paso?- preguntó ella, con la poca prisa que se tiene para ir a un velorio.
No supe que decir: la verdad, como tantas otras veces, no era propicia.
-Usted no se preocupe. Yo le aviso cualquier novedad- y corte abruptamente la comunicación.
Una novela escrita en 1999 por Gervasio Goris. En ella vemos una historia de un muchacho solitario que empieza a guiar sus actos segun lo que piensa que un grillo le dicta en sus chirridos.
martes, 30 de marzo de 2010
miércoles, 24 de marzo de 2010
El Grillo 19
Sola
Imagino su desesperación en el silencio de una casa sola, vacía sin Víctor, y ella tan joven e indefensa. Quizá no estuvo bien lo que hice... no, no estuvo nada bien... pero, alguien tenia que avisarle. Avisarle que, si no le había dicho nada.
Un remordimiento aun mayor toco mi frente. No podía dejarla así. Volví a llamar.
-Señora, soy yo, otra vez.
-Ah, si... - contesto como si hubiera estado esperando mi llamado.
-Tengo que hablar con usted.
-Sí, claro...
-Pero, personalmente.
-Bueno.
A todo contestaba atónita, como un artista con fraseo limitado. Le pedí su dirección. A pesar de que no era cerca, decidí ir caminando, para despejarme.
Como decirle...
La traición no era lo que me mas me preocupaba, sino el anuncio, la noticia ignorada. Tal vez ya se había enterado por algún otro medio, lo cual me aliviaría la tarea. Pero si sabia... ¿por qué se quedo atónita cuando la llame por segunda vez? Pudo haberse guardado lo que sabia para poder cobrar venganza en nombre de su querido Víctor. Pero no parecía violenta, ni tenia aspecto de una mujer maquiavélica y fabuladora... seguramente no sabia nada. Pobrecita, tan sola, tan joven. Pense en hacerle compañía mientras fuera necesario, aunque no considere que tal vez deseara estar sola.
Seguramente estaba acostumbrada a Víctor, tal vez enamorada de él.
Acostumbrada, enamorada. No supe distinguirlo en los meses que siguieron.
Llegue a la puerta indicada. Parecía pequeña la casa, pero digna. Por un minuto permanecí inmóvil ante el timbre y cuando logre decidirme, me abrió de golpe antes de que pudiera alcanzar el botón del timbre.
-¿Porque no tocaba?-
Era curioso que nos tratáramos de usted, ya que según mis cálculos debíamos tener una edad similar.
-Perdón, estaba verificando que fuera esta la casa- me excuse de modo infantil.
Me invito a pasar. Nos sentamos en unos sillones viejos que estaban cerca de la entrada. La casa se veía bastante revuelta. Mas que mi cuarto, mas que mi mente, si es que eso era posible.
Permanecimos en silencio, ninguno de los dos quería comenzar. Ella por no saber y yo por no contarle. El silencio se torno insoportable.
-Bueno, señora yo...
-Marina, me llamo Marina.
-Está bien, Marina, yo quise venir a contarle... lo que paso.
Pero, que había pasado... Ni yo mismo lo recordaba bien. Los ojos de la pobre chica se agrandaron como si aguardaran una revelación misteriosa, pero yo solo podía referirle los hechos de un pasado reciente, que nos marcarían para siempre.
Instantes, de esos que te cambian, hay pocos. El asalto fue uno de ellos, tanto para ella como para mí.
Mas adelante supe que Víctor lo tenia todo planeado desde mucho tiempo antes. Marina lo había oído mascullando ideas, que nunca le eran develadas por completo. Pero todo estaba en un cuaderno. El viejo cuaderno naranja, bajo llave en el escritorio de Víctor. Una semana después de mi visita a la casa decidimos abrirlo. Marina sabia donde Víctor guardaba la llave, pero nunca se había atrevido a usarla. Según me dijo su miedo superaba a la curiosidad. Pero ya no había porque temer...
Con la lectura ardua de las anotaciones jeroglíficas de Víctor, pudimos develar muchos misterios acerca de su autor, del verdadero plan, de sus obsesiones y secretos recónditos. Descifrar su letra nos llevo un buen tiempo. Era pequeña, retorcida y llena de símbolos, para abreviar.
Todo lo había planeado, hasta el ultimo detalle. En su cuaderno estaba todo previsto... todo menos su fin, que nos empujo a descifrar los códigos del cuaderno. Si todo lo planeado hubiera salido bien, el cuaderno no hubiera sido leído nunca. Tal vez era parte del plan...
Nuestros encuentros fueron diluyendo el dolor, y aunque Víctor ya no estaba, pude arrancarle en contadas ocasiones una de esas sonrisas que iluminan el ambiente y llenan de frescura a la persona que las porta. También se diluía la culpa, sobretodo la mía. Me pregunto porque habré sentido tanta culpa, si el desarrollo de los hechos me fue ajeno (eso lo sé con certeza) y además no había sido mi plan sino el del propio damnificado. Pero esto no podía calmarme, ni aliviarme de mi culpa. Para eso estaba ella.
Los encuentros, cada vez menos esporádicos, fueron transformándose en una necesidad para mí.
La primera semana fui dos veces.
La segunda tres.
La cuarta cuatro y la quinta todos los días.
En adelante no podía pasar un día sin ir a verla.
Casi siempre los encuentros eran a las seis (cuando ella salía de trabajar) y se prolongaban hasta bien entrada la noche. Habían pasado ya dos meses cuando me di cuenta de esta necesidad enfermiza de verla; de la excusa de la muerte y de mi escozor ante la idea del desnudo.
No había pasado nada entre ella y yo, ni siquiera nos tuteábamos, pero dentro mío había algo. Algo había cambiado en mi interior y no se como expresarlo en una hoja, ni en mil, ni en una montaña surcada por ríos de color azul.
Nunca supe que le pasaba a ella. Solo vislumbre su tristeza, y por allí pude adentrarme. La grieta del pasado me cedió el paso y yo me instale cómodamente, como esos huéspedes que uno no espera pero terminan haciéndose necesarios y agradables. En su interior cómodamente instalado, pude conocerla, saberla bien o eso creí por entonces.
Supe con los días que era de la provincia, que había llegado a los catorce para trabajar en una casa bien. Supe también de su pasado familiar, y hasta llegue a conocer a una prima que la visito en una ocasión.
Me parecía extraño que nunca hubiera tenido contacto con su familia durante el tiempo que la visite. Estaba tan apartada que en cierto modo, se asemejaba a mí, al menos en esto. Del campo hablaba poco. Mas hablo de Víctor y de su relación con él. Lo había conocido a los dieciséis, en una plaza cerca de donde trabajaba por entonces. Me contó varias veces que el día que conoció a Víctor fue bastante particular, climatológicamente hablando; “el sol rajaba la tierra y en diez minutos... paf, se cayo el cielo”. Y Víctor supo estar.
La debe haber visto mojada, debajo de un árbol y servicial se habrá acercado para ofrecerle un abrigo o un paraguas para que se cubriera. En adelante se vieron todos los días en el parque, según dijo ella, y el resto es historia reciente.
Cuando escuchaba su voz, se la oía embobada con “los días del parque”. Víctor también supo entrar, pero por otra grieta.
Imagino su desesperación en el silencio de una casa sola, vacía sin Víctor, y ella tan joven e indefensa. Quizá no estuvo bien lo que hice... no, no estuvo nada bien... pero, alguien tenia que avisarle. Avisarle que, si no le había dicho nada.
Un remordimiento aun mayor toco mi frente. No podía dejarla así. Volví a llamar.
-Señora, soy yo, otra vez.
-Ah, si... - contesto como si hubiera estado esperando mi llamado.
-Tengo que hablar con usted.
-Sí, claro...
-Pero, personalmente.
-Bueno.
A todo contestaba atónita, como un artista con fraseo limitado. Le pedí su dirección. A pesar de que no era cerca, decidí ir caminando, para despejarme.
Como decirle...
La traición no era lo que me mas me preocupaba, sino el anuncio, la noticia ignorada. Tal vez ya se había enterado por algún otro medio, lo cual me aliviaría la tarea. Pero si sabia... ¿por qué se quedo atónita cuando la llame por segunda vez? Pudo haberse guardado lo que sabia para poder cobrar venganza en nombre de su querido Víctor. Pero no parecía violenta, ni tenia aspecto de una mujer maquiavélica y fabuladora... seguramente no sabia nada. Pobrecita, tan sola, tan joven. Pense en hacerle compañía mientras fuera necesario, aunque no considere que tal vez deseara estar sola.
Seguramente estaba acostumbrada a Víctor, tal vez enamorada de él.
Acostumbrada, enamorada. No supe distinguirlo en los meses que siguieron.
Llegue a la puerta indicada. Parecía pequeña la casa, pero digna. Por un minuto permanecí inmóvil ante el timbre y cuando logre decidirme, me abrió de golpe antes de que pudiera alcanzar el botón del timbre.
-¿Porque no tocaba?-
Era curioso que nos tratáramos de usted, ya que según mis cálculos debíamos tener una edad similar.
-Perdón, estaba verificando que fuera esta la casa- me excuse de modo infantil.
Me invito a pasar. Nos sentamos en unos sillones viejos que estaban cerca de la entrada. La casa se veía bastante revuelta. Mas que mi cuarto, mas que mi mente, si es que eso era posible.
Permanecimos en silencio, ninguno de los dos quería comenzar. Ella por no saber y yo por no contarle. El silencio se torno insoportable.
-Bueno, señora yo...
-Marina, me llamo Marina.
-Está bien, Marina, yo quise venir a contarle... lo que paso.
Pero, que había pasado... Ni yo mismo lo recordaba bien. Los ojos de la pobre chica se agrandaron como si aguardaran una revelación misteriosa, pero yo solo podía referirle los hechos de un pasado reciente, que nos marcarían para siempre.
Instantes, de esos que te cambian, hay pocos. El asalto fue uno de ellos, tanto para ella como para mí.
Mas adelante supe que Víctor lo tenia todo planeado desde mucho tiempo antes. Marina lo había oído mascullando ideas, que nunca le eran develadas por completo. Pero todo estaba en un cuaderno. El viejo cuaderno naranja, bajo llave en el escritorio de Víctor. Una semana después de mi visita a la casa decidimos abrirlo. Marina sabia donde Víctor guardaba la llave, pero nunca se había atrevido a usarla. Según me dijo su miedo superaba a la curiosidad. Pero ya no había porque temer...
Con la lectura ardua de las anotaciones jeroglíficas de Víctor, pudimos develar muchos misterios acerca de su autor, del verdadero plan, de sus obsesiones y secretos recónditos. Descifrar su letra nos llevo un buen tiempo. Era pequeña, retorcida y llena de símbolos, para abreviar.
Todo lo había planeado, hasta el ultimo detalle. En su cuaderno estaba todo previsto... todo menos su fin, que nos empujo a descifrar los códigos del cuaderno. Si todo lo planeado hubiera salido bien, el cuaderno no hubiera sido leído nunca. Tal vez era parte del plan...
Nuestros encuentros fueron diluyendo el dolor, y aunque Víctor ya no estaba, pude arrancarle en contadas ocasiones una de esas sonrisas que iluminan el ambiente y llenan de frescura a la persona que las porta. También se diluía la culpa, sobretodo la mía. Me pregunto porque habré sentido tanta culpa, si el desarrollo de los hechos me fue ajeno (eso lo sé con certeza) y además no había sido mi plan sino el del propio damnificado. Pero esto no podía calmarme, ni aliviarme de mi culpa. Para eso estaba ella.
Los encuentros, cada vez menos esporádicos, fueron transformándose en una necesidad para mí.
La primera semana fui dos veces.
La segunda tres.
La cuarta cuatro y la quinta todos los días.
En adelante no podía pasar un día sin ir a verla.
Casi siempre los encuentros eran a las seis (cuando ella salía de trabajar) y se prolongaban hasta bien entrada la noche. Habían pasado ya dos meses cuando me di cuenta de esta necesidad enfermiza de verla; de la excusa de la muerte y de mi escozor ante la idea del desnudo.
No había pasado nada entre ella y yo, ni siquiera nos tuteábamos, pero dentro mío había algo. Algo había cambiado en mi interior y no se como expresarlo en una hoja, ni en mil, ni en una montaña surcada por ríos de color azul.
Nunca supe que le pasaba a ella. Solo vislumbre su tristeza, y por allí pude adentrarme. La grieta del pasado me cedió el paso y yo me instale cómodamente, como esos huéspedes que uno no espera pero terminan haciéndose necesarios y agradables. En su interior cómodamente instalado, pude conocerla, saberla bien o eso creí por entonces.
Supe con los días que era de la provincia, que había llegado a los catorce para trabajar en una casa bien. Supe también de su pasado familiar, y hasta llegue a conocer a una prima que la visito en una ocasión.
Me parecía extraño que nunca hubiera tenido contacto con su familia durante el tiempo que la visite. Estaba tan apartada que en cierto modo, se asemejaba a mí, al menos en esto. Del campo hablaba poco. Mas hablo de Víctor y de su relación con él. Lo había conocido a los dieciséis, en una plaza cerca de donde trabajaba por entonces. Me contó varias veces que el día que conoció a Víctor fue bastante particular, climatológicamente hablando; “el sol rajaba la tierra y en diez minutos... paf, se cayo el cielo”. Y Víctor supo estar.
La debe haber visto mojada, debajo de un árbol y servicial se habrá acercado para ofrecerle un abrigo o un paraguas para que se cubriera. En adelante se vieron todos los días en el parque, según dijo ella, y el resto es historia reciente.
Cuando escuchaba su voz, se la oía embobada con “los días del parque”. Víctor también supo entrar, pero por otra grieta.
miércoles, 17 de marzo de 2010
El Grillo 20
El sustituto perfecto :
En alguna medida, yo era un sustituto perfecto, natural. Adecuado a su necesidad: callado, protector, comprensivo. Así debo haber sido. Así intentaba ser, al menos. Pero no era. No podía ser, ya que no había conocido a Víctor lo suficiente. En realidad sentía como si lo hubiera conocido en profundidad, pero esta ilusión era producto de mis charlas con ella, en las que pude ver a Víctor endiosado, un ídolo hecho carne para una chica de provincia.
De seguro Víctor no era exactamente así. Callado, se habrá guardado los insultos. Protector, habrá soportado sus caprichos y comprensivo, habrá escuchado una y otra vez sus relatos provincianos. Pero nada habría de importarle, porque ella era tan linda que a nadie le importaba. A mí tampoco, y en cierto modo, yo debía ser como Víctor, capaz de soportarlo todo por hacer más llevadera esta soledad incurable; todo por estar cerca.
Por eso era un sustituto perfecto. Estaba ya entregado.
En alguna medida, yo era un sustituto perfecto, natural. Adecuado a su necesidad: callado, protector, comprensivo. Así debo haber sido. Así intentaba ser, al menos. Pero no era. No podía ser, ya que no había conocido a Víctor lo suficiente. En realidad sentía como si lo hubiera conocido en profundidad, pero esta ilusión era producto de mis charlas con ella, en las que pude ver a Víctor endiosado, un ídolo hecho carne para una chica de provincia.
De seguro Víctor no era exactamente así. Callado, se habrá guardado los insultos. Protector, habrá soportado sus caprichos y comprensivo, habrá escuchado una y otra vez sus relatos provincianos. Pero nada habría de importarle, porque ella era tan linda que a nadie le importaba. A mí tampoco, y en cierto modo, yo debía ser como Víctor, capaz de soportarlo todo por hacer más llevadera esta soledad incurable; todo por estar cerca.
Por eso era un sustituto perfecto. Estaba ya entregado.
martes, 16 de marzo de 2010
El Grillo 21
Una noche de esas :
Una noche de esas soñé con Víctor. Fue la segunda noche que me quede a dormir en su casa... en la de ellos en realidad. Solo soñé que me miraba, con esa mirada penetrante con la que me marco el primer día, en el baño. Habrán sido unos segundos de sueño, pero parecieron durar toda la noche.
Desperté todo sudado, de sobresalto. A mi lado estaba ella. Se veía tan linda... entonces me di cuenta de que nunca la había visto dormir. Sin duda confirmaba que las personas no pueden ser más bellas que cuando duermen. Emanaba un halo indescriptible. Debían ser las seis o siete y me quede mirándola hasta que entro el sol por la ventana y se me hizo imposible distinguir entre su luz y la que entraba por la ventana.
Varias veces estuve a punto de tocarla, pero recordaba la mirada de Víctor en el sueño, y me dolía.
Pobre Víctor... ¿por qué no pude conocerlo mas? Me hubiera podido contar cosas de ella que aun no sé.
Pobre de mí... por que no pude conocerla antes que Víctor, cometer una locura y morir.
Sin duda fue una locura. Al escribir esto ultimo, me di cuenta de que Víctor tenia un plan consciente de autodestrucción; un plan que transformara su amor en un proyecto eterno. Por supuesto... que más eterno que la muerte. Víctor lo entendió, y me coloco en su engranaje para accionar el gatillo. De esta forma, él seria un héroe... y ella lo amaría por siempre.
A pesar de todo, fue agradable sostener mi doble personalidad. Aun hoy me tiembla el pecho cuando lo recuerdo. Con cuanto desinterés fingido iba cada noche a su casa y cuan poco (creo) debía sospechar de mis razones.
Como todo idilio, las visitas llegaron a su fin. Ese verano ella partió hacia su pueblo (nunca me dijo bien cual era, yo tampoco pregunte). Supuestamente volvería quince días mas tarde. Recuerdo que los primeros días iba de todos modos hasta su casa y me quedaba allí sentado en la puerta por un par de horas, para matar la espera nomás. En ocasiones, me animaba a tocar el timbre, que invadía las habitaciones vacías, sin ella y sin su luz. Que inútil. Sabia que no había nadie, pero de todas formas tocaba con la esperanza de que ya hubiera vuelto y me estuviera esperando con los brazos abiertos. Pero no sucedió como en las novelas color de rosa, en las que sucede lo que uno espera por más imposible que parezca.
Seguí yendo muchas veces, no recuerdo cuantas. A veces, solo me paraba frente a la casa y miraba las ventanas. Otras, me sentaba por horas en el primer escalón de la entrada.
Paso mucho tiempo. Mas de quince días seguro. Aunque perdí la cuenta, podría asegurar que había pasado ya un mes desde su partida. Con despecho, me dirigí esa ultima noche contra la puerta. La patee, toque el timbre y volví a patearla. Silencio, nadie podía contestarme. La casa estaba vacía.
Entonces, un sudor helado entro por mi espalda. Quizá ella pudiera estar adentro sin contestar. Es mas, pudiera ser que nunca se hubiera ido, y su pueblo podría no existir o no importarle. Con ira comencé a golpear fuertemente la puerta y a gritar con desenfreno. Algunos vecinos se alertaron, creyendo que estaba loco y que ya me iría cuando se me pasara el ataque. Pero no iba a hacerlo porque ya no tenia dudas: ella estaba ahí dentro. Seguramente temblequeaba con mis golpes. Hoy pienso que fue mejor que no me haya abierto (no sé que hubiera hecho).
Cuando mi alteración cesaba ya, se acerco un vigilante para averiguar que estaba pasando. Al principio, quiso que lo acompañara al destacamento, pero al verme sosegado, juzgo adecuadamente que podía dejarme ir. Probablemente fue el destino que quiso demorar un poco mi primera internación, ya que no sé que explicaciones hubiera podido darle a los oficiales respecto de mi situación. Seguramente hubiera ido a parar donde tuve que caer tras mi confianza en el juez, tras los eventos de la biblioteca, porque es así, estas historias nunca se creen.
Camine el trayecto de vuelta a casa con una idea fija en mi cabeza: el amor es brujo y dañino.
Pense que lo mejor seria no volver... nunca más. ¿Y si me llamaba? ¿Que haría entonces? Nunca lo supe, ya que no llamo, ni mando carta ni nada. Simplemente desapareció en su encierro. Pobrecita... otra víctima de Víctor.
No sé dónde ha de estar mientras escribo, pero de seguro es feliz, en su burbuja. Entonces otra vez, pienso que el amor es brujo y, en ocasiones, dañino.
Una noche de esas soñé con Víctor. Fue la segunda noche que me quede a dormir en su casa... en la de ellos en realidad. Solo soñé que me miraba, con esa mirada penetrante con la que me marco el primer día, en el baño. Habrán sido unos segundos de sueño, pero parecieron durar toda la noche.
Desperté todo sudado, de sobresalto. A mi lado estaba ella. Se veía tan linda... entonces me di cuenta de que nunca la había visto dormir. Sin duda confirmaba que las personas no pueden ser más bellas que cuando duermen. Emanaba un halo indescriptible. Debían ser las seis o siete y me quede mirándola hasta que entro el sol por la ventana y se me hizo imposible distinguir entre su luz y la que entraba por la ventana.
Varias veces estuve a punto de tocarla, pero recordaba la mirada de Víctor en el sueño, y me dolía.
Pobre Víctor... ¿por qué no pude conocerlo mas? Me hubiera podido contar cosas de ella que aun no sé.
Pobre de mí... por que no pude conocerla antes que Víctor, cometer una locura y morir.
Sin duda fue una locura. Al escribir esto ultimo, me di cuenta de que Víctor tenia un plan consciente de autodestrucción; un plan que transformara su amor en un proyecto eterno. Por supuesto... que más eterno que la muerte. Víctor lo entendió, y me coloco en su engranaje para accionar el gatillo. De esta forma, él seria un héroe... y ella lo amaría por siempre.
A pesar de todo, fue agradable sostener mi doble personalidad. Aun hoy me tiembla el pecho cuando lo recuerdo. Con cuanto desinterés fingido iba cada noche a su casa y cuan poco (creo) debía sospechar de mis razones.
Como todo idilio, las visitas llegaron a su fin. Ese verano ella partió hacia su pueblo (nunca me dijo bien cual era, yo tampoco pregunte). Supuestamente volvería quince días mas tarde. Recuerdo que los primeros días iba de todos modos hasta su casa y me quedaba allí sentado en la puerta por un par de horas, para matar la espera nomás. En ocasiones, me animaba a tocar el timbre, que invadía las habitaciones vacías, sin ella y sin su luz. Que inútil. Sabia que no había nadie, pero de todas formas tocaba con la esperanza de que ya hubiera vuelto y me estuviera esperando con los brazos abiertos. Pero no sucedió como en las novelas color de rosa, en las que sucede lo que uno espera por más imposible que parezca.
Seguí yendo muchas veces, no recuerdo cuantas. A veces, solo me paraba frente a la casa y miraba las ventanas. Otras, me sentaba por horas en el primer escalón de la entrada.
Paso mucho tiempo. Mas de quince días seguro. Aunque perdí la cuenta, podría asegurar que había pasado ya un mes desde su partida. Con despecho, me dirigí esa ultima noche contra la puerta. La patee, toque el timbre y volví a patearla. Silencio, nadie podía contestarme. La casa estaba vacía.
Entonces, un sudor helado entro por mi espalda. Quizá ella pudiera estar adentro sin contestar. Es mas, pudiera ser que nunca se hubiera ido, y su pueblo podría no existir o no importarle. Con ira comencé a golpear fuertemente la puerta y a gritar con desenfreno. Algunos vecinos se alertaron, creyendo que estaba loco y que ya me iría cuando se me pasara el ataque. Pero no iba a hacerlo porque ya no tenia dudas: ella estaba ahí dentro. Seguramente temblequeaba con mis golpes. Hoy pienso que fue mejor que no me haya abierto (no sé que hubiera hecho).
Cuando mi alteración cesaba ya, se acerco un vigilante para averiguar que estaba pasando. Al principio, quiso que lo acompañara al destacamento, pero al verme sosegado, juzgo adecuadamente que podía dejarme ir. Probablemente fue el destino que quiso demorar un poco mi primera internación, ya que no sé que explicaciones hubiera podido darle a los oficiales respecto de mi situación. Seguramente hubiera ido a parar donde tuve que caer tras mi confianza en el juez, tras los eventos de la biblioteca, porque es así, estas historias nunca se creen.
Camine el trayecto de vuelta a casa con una idea fija en mi cabeza: el amor es brujo y dañino.
Pense que lo mejor seria no volver... nunca más. ¿Y si me llamaba? ¿Que haría entonces? Nunca lo supe, ya que no llamo, ni mando carta ni nada. Simplemente desapareció en su encierro. Pobrecita... otra víctima de Víctor.
No sé dónde ha de estar mientras escribo, pero de seguro es feliz, en su burbuja. Entonces otra vez, pienso que el amor es brujo y, en ocasiones, dañino.
lunes, 15 de marzo de 2010
El Grillo 22
Amor y libertad:
Durante el periodo que sobrevino luego, sostuve largos y variados debates-charla en bares, plazas, colectivos, estaciones de tren, terminales, ministerios, galerías y otros recintos de publico acceso.
Las palabras cambiaban según los interlocutores, pero algo permanecía invariable: mi obsesión, tema central que podría plantearse de la siguiente manera: como es que pueden ser compatibles el amor y la libertad.
En general no se comprendían plenamente mis palabras, pero siempre cada interlocutor aportaba algo a mis ideas y experiencias. Era particularmente interesante para mí, la visión que las mujeres tenían acerca del tema, sobretodo la de las mujeres mayores, cuya experiencia y desvergüenza, me ponían en constante revuelo. Recuerdo con especial detalle una charla que sostuve con una señora que paseaba a su perrito. Yo estaba sentado en un banco de una plaza del centro cuando ella se arrimo para descansar y vigilar a su perrito desde esa posición. La salude con un buen día, si bien ya habían pasado las doce, y ella contesto amablemente. No necesite iniciar la charla esa vez. La señora comenzó a contarme todo acerca de su relación con el perro y el relato historiado se prolongo por casi dos horas, interrumpiéndose únicamente por el alejamiento excesivo del Perrito y el sutil llamado de la señora “para que no se pierda”. La escuche atentamente hasta que se fue por el mismo sendero por el que había llegado menos de dos horas antes. Me quede sentado un largo rato en el banco, pasmado por la sencillez con la que la señora lo había expuesto.
El amor no era mas que eso: necesidad y entrega.
Necesidad de tener a alguien y entrega incondicional, a cambio de gestos y palabras que nos confirman la reciprocidad, aunque sea ficticia, de nuestra necesidad y de nuestro espanto ante la soledad. Es en sí un intercambio, esencialmente injusto, pero necesario.
Pense en mi pasado aquella noche y me avergoncé de mí mismo, por no haber sabido o por no haber tenido el coraje suficiente. La señora lo había dicho claramente: necesidad y entrega. Ambas tuve, pero no en cuantía suficiente.
Durante el periodo que sobrevino luego, sostuve largos y variados debates-charla en bares, plazas, colectivos, estaciones de tren, terminales, ministerios, galerías y otros recintos de publico acceso.
Las palabras cambiaban según los interlocutores, pero algo permanecía invariable: mi obsesión, tema central que podría plantearse de la siguiente manera: como es que pueden ser compatibles el amor y la libertad.
En general no se comprendían plenamente mis palabras, pero siempre cada interlocutor aportaba algo a mis ideas y experiencias. Era particularmente interesante para mí, la visión que las mujeres tenían acerca del tema, sobretodo la de las mujeres mayores, cuya experiencia y desvergüenza, me ponían en constante revuelo. Recuerdo con especial detalle una charla que sostuve con una señora que paseaba a su perrito. Yo estaba sentado en un banco de una plaza del centro cuando ella se arrimo para descansar y vigilar a su perrito desde esa posición. La salude con un buen día, si bien ya habían pasado las doce, y ella contesto amablemente. No necesite iniciar la charla esa vez. La señora comenzó a contarme todo acerca de su relación con el perro y el relato historiado se prolongo por casi dos horas, interrumpiéndose únicamente por el alejamiento excesivo del Perrito y el sutil llamado de la señora “para que no se pierda”. La escuche atentamente hasta que se fue por el mismo sendero por el que había llegado menos de dos horas antes. Me quede sentado un largo rato en el banco, pasmado por la sencillez con la que la señora lo había expuesto.
El amor no era mas que eso: necesidad y entrega.
Necesidad de tener a alguien y entrega incondicional, a cambio de gestos y palabras que nos confirman la reciprocidad, aunque sea ficticia, de nuestra necesidad y de nuestro espanto ante la soledad. Es en sí un intercambio, esencialmente injusto, pero necesario.
Pense en mi pasado aquella noche y me avergoncé de mí mismo, por no haber sabido o por no haber tenido el coraje suficiente. La señora lo había dicho claramente: necesidad y entrega. Ambas tuve, pero no en cuantía suficiente.
domingo, 14 de marzo de 2010
El Grillo 23
Mujeres puras:
Habiendo descubierto el carácter del amor, me sentía urgido, con ansias de determinarme para el cambio. Y así lo hice, con costo, pero lo hice.
Hoy creo que mejor hubiera sido nunca descubrir lo que es el amor, aunque debo aceptar que una vida de engaño puede ser feliz, pero irreal.
Me llevo unos días decidirme, debido a que podía imaginarme cientos de situaciones en las que chocaría mi voluntad con mis necesidades, pero finalmente pude hacerlo; vencería la voluntad (al menos por un tiempo). La experiencia fue mi guía: en adelante no tuve mas contacto con mujeres, salvando las situaciones especiales en las que me era inevitable tenerlo (por ejemplo en las ventanillas del subte). Procuraba no dialogar con mujeres, fueran de la edad que fueran. Mi personalidad se volvió altamente misógina en ese tiempo. Todo en ellas me repugnaba: sus arreglos, sus voces, sus modos y costumbres. Esta lejanía cotidiana, las hacia más atractivas y misteriosas, especialmente a las niñas. Muchas veces observaba con ternura y hasta añoranza a las niñas jugar. Mientras lo hacia, se me ocurría pensar como un ser tan puro y bello podía transformarse con el transcurso del tiempo en una criatura tan abominable como una señora. Por un tiempo, pude comprobarlo, las niñas conservan la poca pureza que hay en este mundo.
Se me ocurre... ¿no existirán niñas con cuerpo de mujer? O mejor, mujeres con alma de niñas. Pude observar que algunas mujeres conservan algunos rasgos de su niñez, pero pierden en general los más esenciales, los que hacen a su frontalidad y soltura. Buscaba en algún gesto un movimiento de niña, una señal. Que lindo hubiera sido ver a una ejecutiva haciendo piruetas en la estación, mientras esperaba el tren; a una doctora haciendo globos con un chicle; a una adolescente sin usar maquillaje.
Era inevitable, duro largo, pero algo debió explotar.
Fue un domingo. Eran las diez de la noche cuando surgió en mi la idea. Había solo dos lugares donde podía encontrar mujeres puras: en un convento o en un prostíbulo.
Habiendo descubierto el carácter del amor, me sentía urgido, con ansias de determinarme para el cambio. Y así lo hice, con costo, pero lo hice.
Hoy creo que mejor hubiera sido nunca descubrir lo que es el amor, aunque debo aceptar que una vida de engaño puede ser feliz, pero irreal.
Me llevo unos días decidirme, debido a que podía imaginarme cientos de situaciones en las que chocaría mi voluntad con mis necesidades, pero finalmente pude hacerlo; vencería la voluntad (al menos por un tiempo). La experiencia fue mi guía: en adelante no tuve mas contacto con mujeres, salvando las situaciones especiales en las que me era inevitable tenerlo (por ejemplo en las ventanillas del subte). Procuraba no dialogar con mujeres, fueran de la edad que fueran. Mi personalidad se volvió altamente misógina en ese tiempo. Todo en ellas me repugnaba: sus arreglos, sus voces, sus modos y costumbres. Esta lejanía cotidiana, las hacia más atractivas y misteriosas, especialmente a las niñas. Muchas veces observaba con ternura y hasta añoranza a las niñas jugar. Mientras lo hacia, se me ocurría pensar como un ser tan puro y bello podía transformarse con el transcurso del tiempo en una criatura tan abominable como una señora. Por un tiempo, pude comprobarlo, las niñas conservan la poca pureza que hay en este mundo.
Se me ocurre... ¿no existirán niñas con cuerpo de mujer? O mejor, mujeres con alma de niñas. Pude observar que algunas mujeres conservan algunos rasgos de su niñez, pero pierden en general los más esenciales, los que hacen a su frontalidad y soltura. Buscaba en algún gesto un movimiento de niña, una señal. Que lindo hubiera sido ver a una ejecutiva haciendo piruetas en la estación, mientras esperaba el tren; a una doctora haciendo globos con un chicle; a una adolescente sin usar maquillaje.
Era inevitable, duro largo, pero algo debió explotar.
Fue un domingo. Eran las diez de la noche cuando surgió en mi la idea. Había solo dos lugares donde podía encontrar mujeres puras: en un convento o en un prostíbulo.
sábado, 13 de marzo de 2010
El Grillo 24
Luces rojas:
Salí por la avenida. Todavía chorreaba agua de mi pelo. Sentía, como cuando era chico, ese gusto a adrenalina. Me detuve en las primeras luces rojas. El gusto era mas fuerte y presente. Dude unos instantes, pero igual subí por unas escaleras interminables. No me detuve a descansar. Cuando llegue, agitado, no podía distinguir los objetos ni a las personas debido a la penumbra roja. Lentamente se acerco una señorita. Tuve miedo, hacia meses que no hablaba con una. Me saludo con un beso, y esto me endureció aun más. Solo atine a decir:
-¿Cómo te llamas?
Todavía recuerdo su nombre: Zelma.
Así perdí lo único de niño que aun conservaba. Fueron diez minutos, mágicos, desenfrenados, con un precio simbólico que demuestra una vez mas la inutilidad del dinero como medida de estado de animo o las sensaciones internas.
Perdí, así es. El deseo supero a la ficción de un amor imposible.
Salí por la avenida. Todavía chorreaba agua de mi pelo. Sentía, como cuando era chico, ese gusto a adrenalina. Me detuve en las primeras luces rojas. El gusto era mas fuerte y presente. Dude unos instantes, pero igual subí por unas escaleras interminables. No me detuve a descansar. Cuando llegue, agitado, no podía distinguir los objetos ni a las personas debido a la penumbra roja. Lentamente se acerco una señorita. Tuve miedo, hacia meses que no hablaba con una. Me saludo con un beso, y esto me endureció aun más. Solo atine a decir:
-¿Cómo te llamas?
Todavía recuerdo su nombre: Zelma.
Así perdí lo único de niño que aun conservaba. Fueron diez minutos, mágicos, desenfrenados, con un precio simbólico que demuestra una vez mas la inutilidad del dinero como medida de estado de animo o las sensaciones internas.
Perdí, así es. El deseo supero a la ficción de un amor imposible.
viernes, 12 de marzo de 2010
El Grillo 25
Desalojo:
Cuando llegue a mi casa tome todos los recuerdos de mi infancia y los arroje en un canasto grande. Cuentos, juegos, muñecos y otros signos de un pasar liviano. Me di cuenta de cuantas cosas tuve, y de cuan poco me sirvieron para afrontar el futuro. El camión de la basura ya había pasado, así que el canasto quedo en la puerta hasta la medianoche siguiente. Quizá le hayan servido mis recuerdos a algún chico, si es que algunos pudo verlos a través de las bolsas negras que se usan en los edificios de consorcio.
Al día siguiente mi casa parecía mas limpia, pero le faltaba algo, igual que a mí. Salí a dar un paseo para tratar de distraerme y cuando volví, dos horas mas tarde, todo seguía igual.
Definitivamente no me gustaba mi nueva casa, con un pasado mediato que no estaba dispuesto a afrontar. Así que comencé por apilar todo tipo de recuerdos, para arrojarlos esta vez antes de la media noche. Se iría todo: las fotos, las cartas, las revistas, los diarios viejos (tenía muchos, por cierto). Tuve que hacer dos viajes para desalojar al pasado de mi hogar. Cuando terminé, a eso de las once y media, caí extenuado sobre el sofá.
Ahora si, podría descansar en paz.
Hubo mas espacio para meditar entonces, sobre cuestiones importantes y no tanto. Pensé en escribir un libro sobre aquellas meditaciones, pero a quien iba a interesarle...
Hoy ya no me importa sino me gusta lo que escribo. En cambio, si me hubiera dedicado a escribir un libro en ese entonces, no me hubiera permitido ni siquiera una frase cuya redacción planteara dudas. Hubiera sido el libro perfecto. Un imposible.
Así fue que comencé a tomar notas. Para mí, nada mas que para mí. Para ello, utilice un cuaderno naranja que conservaba desde el secundario. Era interesante releer mis anotaciones cuasi jeroglíficas. Usaba flechas, abreviaciones, símbolos y cuadros. Muchos cuadros. Creo que ese cuaderno debe contener mas clasificaciones que las hechas por Lineo. De tipos humanos, de viajes, de comidas, de humores y costumbres, y tantas mas que no recuerdo, pero que por suerte guardo en aquel cuaderno. Sin embargo hay cosas que recuerdo perfectamente, como la primera página en la que había anotado:
LIBERTAD = AUTOGOBIERNO
(true or false?)
Cuando llegue a mi casa tome todos los recuerdos de mi infancia y los arroje en un canasto grande. Cuentos, juegos, muñecos y otros signos de un pasar liviano. Me di cuenta de cuantas cosas tuve, y de cuan poco me sirvieron para afrontar el futuro. El camión de la basura ya había pasado, así que el canasto quedo en la puerta hasta la medianoche siguiente. Quizá le hayan servido mis recuerdos a algún chico, si es que algunos pudo verlos a través de las bolsas negras que se usan en los edificios de consorcio.
Al día siguiente mi casa parecía mas limpia, pero le faltaba algo, igual que a mí. Salí a dar un paseo para tratar de distraerme y cuando volví, dos horas mas tarde, todo seguía igual.
Definitivamente no me gustaba mi nueva casa, con un pasado mediato que no estaba dispuesto a afrontar. Así que comencé por apilar todo tipo de recuerdos, para arrojarlos esta vez antes de la media noche. Se iría todo: las fotos, las cartas, las revistas, los diarios viejos (tenía muchos, por cierto). Tuve que hacer dos viajes para desalojar al pasado de mi hogar. Cuando terminé, a eso de las once y media, caí extenuado sobre el sofá.
Ahora si, podría descansar en paz.
Hubo mas espacio para meditar entonces, sobre cuestiones importantes y no tanto. Pensé en escribir un libro sobre aquellas meditaciones, pero a quien iba a interesarle...
Hoy ya no me importa sino me gusta lo que escribo. En cambio, si me hubiera dedicado a escribir un libro en ese entonces, no me hubiera permitido ni siquiera una frase cuya redacción planteara dudas. Hubiera sido el libro perfecto. Un imposible.
Así fue que comencé a tomar notas. Para mí, nada mas que para mí. Para ello, utilice un cuaderno naranja que conservaba desde el secundario. Era interesante releer mis anotaciones cuasi jeroglíficas. Usaba flechas, abreviaciones, símbolos y cuadros. Muchos cuadros. Creo que ese cuaderno debe contener mas clasificaciones que las hechas por Lineo. De tipos humanos, de viajes, de comidas, de humores y costumbres, y tantas mas que no recuerdo, pero que por suerte guardo en aquel cuaderno. Sin embargo hay cosas que recuerdo perfectamente, como la primera página en la que había anotado:
LIBERTAD = AUTOGOBIERNO
(true or false?)
jueves, 11 de marzo de 2010
El Grillo 26
Cuadernos:
Mi cuaderno me acompañaba a todas partes, pues creía firmemente que la inspiración filosófica podía aparecer en cualquier momento. Y cuanta razón tuve en hacerlo... escribí poemas en subtes, teoremas en plazas y canciones en el baño. De todo en todas partes. Ese fue un período prolífico, y podría decir feliz. Crear definitivamente reconforta, no hay dudas; no existe creación sin tensión ni resolución sin conflicto.
En ese cuaderno, fui resolviéndome de a poco y aunque fuera una ficción, me sentía cada vez mas pleno. Pero como todo lo bueno, el cuaderno también tuvo su fin: la última hoja.
Una vez que llegue a ella, no sabia que hacer. Estuve días y días hasta animarme a completarla. Era como partir sin abrigo, sin querer hacerlo. Era como decir adiós sin haber llegado. Porque el cuaderno se quedo corto o mis conflictos eran demasiado largos. Y sobre esto escribí en esa ultima hoja.
Llegue a una conclusión en ella: no podía saber cual era la verdad, pero esta se vería develada de una forma sencilla. Mi próximo cuaderno sería más amplio, estaba decidido.
Tarde unos días en decidirme a comprarlo. Tenia miedo de hallarme frente a una hoja vacía sin saber hacerle frente, con mis dudas y complicaciones. A pesar de ello, no fue difícil la búsqueda. Lo difícil vino luego.
Esa primera hoja me aterraba, y nunca pude superarla. Las ideas fluían por mi mente, sin poder plasmarlas. Se había producido un quiebre: se había acabado mi cuaderno. Porque este azul, también me pertenecía, pero no era el otro, mi viejo cuaderno naranja.
El cuaderno azul conoció la ciudad. Lo pasee por plazas y jardines, pero nada me incito a escribirlo. Un día estuve seis horas sentado en una plaza con aquella hoja en blanco frente a mí. Una sola palabra basto: MIERDA.
Habiendo ocupado la primera hoja creí que mi tarea se vería facilitada, pero no fue así; ese cuaderno quería morir virgen y yo no podía ir en su contra. Quizá mi pulso estaba cansado de mis idas y vueltas, de mis indefiniciones, de tanto lamento sin culpa.
Decidí abandonar el cuaderno en un cajón, con su única leyenda esperando que el tiempo la negara o le diera mas razón que nunca.
Mi cuaderno me acompañaba a todas partes, pues creía firmemente que la inspiración filosófica podía aparecer en cualquier momento. Y cuanta razón tuve en hacerlo... escribí poemas en subtes, teoremas en plazas y canciones en el baño. De todo en todas partes. Ese fue un período prolífico, y podría decir feliz. Crear definitivamente reconforta, no hay dudas; no existe creación sin tensión ni resolución sin conflicto.
En ese cuaderno, fui resolviéndome de a poco y aunque fuera una ficción, me sentía cada vez mas pleno. Pero como todo lo bueno, el cuaderno también tuvo su fin: la última hoja.
Una vez que llegue a ella, no sabia que hacer. Estuve días y días hasta animarme a completarla. Era como partir sin abrigo, sin querer hacerlo. Era como decir adiós sin haber llegado. Porque el cuaderno se quedo corto o mis conflictos eran demasiado largos. Y sobre esto escribí en esa ultima hoja.
Llegue a una conclusión en ella: no podía saber cual era la verdad, pero esta se vería develada de una forma sencilla. Mi próximo cuaderno sería más amplio, estaba decidido.
Tarde unos días en decidirme a comprarlo. Tenia miedo de hallarme frente a una hoja vacía sin saber hacerle frente, con mis dudas y complicaciones. A pesar de ello, no fue difícil la búsqueda. Lo difícil vino luego.
Esa primera hoja me aterraba, y nunca pude superarla. Las ideas fluían por mi mente, sin poder plasmarlas. Se había producido un quiebre: se había acabado mi cuaderno. Porque este azul, también me pertenecía, pero no era el otro, mi viejo cuaderno naranja.
El cuaderno azul conoció la ciudad. Lo pasee por plazas y jardines, pero nada me incito a escribirlo. Un día estuve seis horas sentado en una plaza con aquella hoja en blanco frente a mí. Una sola palabra basto: MIERDA.
Habiendo ocupado la primera hoja creí que mi tarea se vería facilitada, pero no fue así; ese cuaderno quería morir virgen y yo no podía ir en su contra. Quizá mi pulso estaba cansado de mis idas y vueltas, de mis indefiniciones, de tanto lamento sin culpa.
Decidí abandonar el cuaderno en un cajón, con su única leyenda esperando que el tiempo la negara o le diera mas razón que nunca.
miércoles, 10 de marzo de 2010
El Grillo 27
Victoria:
Tardé mucho en escribir algo sensato. Hubo intentos, pero significaron tan solo alivios para quien sabe que al menos lo había intentado. Lo fácil parece difícil y lo casual poco importante.
Fue casual mi descubrimiento y estaba a solo trece cuadras: la biblioteca popular. Recuerdo que no dejaban retirar las obras, así que me habitué a visitar la biblioteca dos veces por día. Por lo general, me dedicaba la lectura paralela de dos obras: la matinal y la vespertina. Así comencé a llenar mis lecturas. Casi todos los días era yo quien aguardaba la llagada del bibliotecario, quien me entregaba prontamente la obra que tenía reservada desde el día anterior. Mi lugar predilecto era una esquina del recinto donde pegaba el sol desde las nueve hasta las once. El gordo Luis, como buen bibliotecario, me recibía siempre con una sonrisa y un “buendiia”. Su aspecto era mas similar al de un oficinista que al de un bibliotecario. Casi siempre me hacia una acotación acerca del clima y antes de entregarme la obra no olvidaba recalcar:
-Con cuidado, que esta es de las buenas-
Por lo general cruzaba páginas hasta eso de la una del mediodía. Era cuando el hambre distraía mi atención plena. Muchas veces queriendo terminar un libro, lo domaba hasta dos y tres horas mas, pero al final el hambre siempre vence. Por este motivo, procuraba desayunar en forma muy abundante todas las mañanas. Como nunca antes, ni nunca después mi cocina rebalsaba de fiambres, frutas, tostadas y jarros de café repletos. Engullidos en media hora, servían de combustible para mi lectura ávida.
Todas las mañanas de ese año me vieron dentro de la biblioteca popular. Creo no haber faltado nunca.
Los domingos eran dramáticos para mí. El descanso de los bibliotecarios me parecía absurdo. De qué podían cansarse dentro de una biblioteca. Qué mejor que habitar ese submundo de ficciones. Un par de domingos logre, bajo juramento solemne, que el gordo Luis me facilitara volúmenes no registrados en devoluciones. Luis confiaba en mi; sabía que el lunes a las ocho los tendría allí.
Los domingos sin libros eran un suplicio. Me dedicaba a recordar obras enteras, momentos culmines, desarrollos alternativos y finales posibles para obras abiertas. La resolución de enigmas era mi pasión. Pero una vez resueltos no me quedaba mas que la planificación de mis lecturas. Me instruía por referencias y recomendaciones, y trataba en lo posible de extinguir la obra de los autores en forma rigurosamente cronológica.
Todos los días al regresar del almuerzo me dedicaba al chequeo de los ficheros, a las anotaciones en libreta, a las averiguaciones con Luis y la señora de la tarde.
Habiendo finalizado con mis investigaciones, requería volúmenes dilectos de bibliografía mas elevada. Creía que el atardecer era el momento propicio para la meditación por lo que leía volúmenes de filosofía, teología, ciencias ocultas, psicología y otras disciplinas hasta que caía el sol. Meditaba largo rato sobre lo leído mientras hacia mis anotaciones de libreta y me retiraba sin olvidarme de saludar a Luis y a la señora de la noche. En algunas ocasiones me quedaba hasta el horario de cierre, leyendo mientras se enceraban los pisos y las puertas se trababan con llave.
Hacia fin de año había leído todas las obras de gran cantidad de autores de renombre y no tanto. De todas partes, de todas las épocas. Muchas historias, muchos finales inciertos. Ya creía haber leído mucho, pero no lo suficiente. Porque nunca era suficiente... al menos eso creía.
El ultimo domingo del año todo cambio. El sábado a la tarde gaste dos horas de mi tiempo en convencer a Luis para que me prestara un libro. Cada sábado era igual: mi insistencia, su negativa inicial, mi tozudez y mi reclamo angustioso; por ultimo, el préstamo temporal de alguna obra. Era una victoria diferente cada sábado, una conquista a base de fuerza moral y convencimiento.
Luis me acercaba una obra y mi sonrisa aceptaba el trato: el lunes a las ocho de vuelta sin ninguna marca. Como cada sábado, me dedicaba a hojear el libro después de cenar. Esa noche algo cambio.
Este libro no era igual a los anteriores que había leído. Bueno, en apariencia, si lo era. Tapa dura, azul, letras doradas, tipografía pequeña y hojas amarillas.
No me pregunten porque era diferente. Una historia usual: un muchacho como cualquier otro (como yo quizás), un desamor, un desencuentro. Pero que tenia esa historia para impactarme de manera tan profunda. No fue un roce, fue un surco el que abrió ese libro en mi casco. A partir de esa grieta, se hizo un rumbo y la vía de agua no pudo detenerse. Una inmersión placentera, que recuerda el naufrago con gozo, con una satisfacción casi sexual.
Este libro debió ser un clásico nunca descubierto, ese tipo de obras universales que impactan sobre seres de todos los tiempos, en cualquier lugar. Pero más, esta historia parecía escrita para mí. El concebir esta idea me hacia temblar. Podría acaso darse que el autor al concebirla, se figurara un muchacho desahuciado por la desgracia y la incomprensión, que a cientos de kilómetros y largos años por detrás, hubiera de identificarse con su historia, con su muchacho pobre y desilusionado. Evidentemente, ningún creador tan grande pudo haber concebido tal idea, a no ser que se tratara de un ser superior (y maléfico).
La literatura universal tiene sus quiebres (y esto lo aprendí leyendo), pero no podría clasificar a esta obra dentro de ninguno de los moldes. Su simpleza la hacia grande, única e irrepetible. Su brevedad la hacia superior a todo lo que había leído o escuchado.
¿No seria la base mas alta que la cúspide y mi visión perpleja un reflejo absurdo de la obra?
No pude creer que fuera cierto. Creía en la objetividad de la obra.
Claro esta que esa noche no dormí, ni la siguiente cuando inicié su relectura. Me quedaban horas de la madrugada del lunes, pero no iba a terminar aquella segunda lectura. Apurarme por demás hubiera sido una gran falta de respeto a su grandeza. Extenuado llegue al anteúltimo capitulo. Eran las ocho y media de la mañana. Entonces, en un ensueño irresponsable pense que siendo el ultimo día del año, todos estarían prontos a festejar y nadie notaria la ausencia de un libro. Podía devolverlo el día dos... o mejor aun, no devolverlo sino me era requerido.
Con la tranquilidad de un niño me eche a dormir en el sofá. El libro quedo entre mis manos.
A eso de las doce, me despertó la campana del teléfono. Ya sabia, era el gordo Luis. Quería saber porque no había llevado el libro por la mañana. Me excuse diciendo que me había sentido mal el fin de semana y que me había quedado dormido producto de los fármacos. Prometí llevárselo cuanto antes. Con un tono desconfiado me insto al apuro, ya que la biblioteca cerraría antes a causa del fin de año. Ni bien corte salte del sofá para reiniciar la lectura. Me faltaban dos capítulos. Pense que podría terminarlo en dos o tres horas para cumplir con mi promesa. Pero... no podía devolverlo. ¿ Que sucedería si no iba?
A eso de las cuatro, volvió a sonar el teléfono pero no atendí. Preferí seguir leyendo. Seguramente era Luis, pero para que atenderlo si de todas formas no pensaba devolverle el libro hasta no finalizarlo. Los llamados se sucedieron a intervalos de cinco minutos, por el lapso de una hora. El silencio del teléfono me permitió encarar las ultimas diez paginas con mayor tranquilidad. El final se prolongo mas que con la primera lectura, pues me detuve descifrando claves que hacían a la obra aun más genial.
Cuando faltaban tres paginas, golpearon a la puerta. Tuve que abrir ante la insistencia de los golpes. Al hacerlo me encontré con el rostro de un Luis diferente. Sin decir palabra alguna me aparto de la entrada y se encamino hacia la mesa en donde estaba el libro. Intente excusarme, pero fue inútil. Se estaba llevando el libro. Mi libro. Me colgué de su brazo implorándole que me dejara terminarlo; me faltaban solo tres paginas de nuevas claves, de nuevas respuestas.
Hizo oídos sordos. Lo único que dijo antes de salir dando un portazo fue:
-No quiero verlo mas por la biblioteca.
Esa frase se clavo en mi como un puñal. Qué seria de mi vida sin las toneladas de papel que me faltaba engullir. Pero eso no importaba realmente. Qué haría yo sin ese libro, al lado del cual el resto parecía insignificante, superfluo y vacío de contenido. Debía volver a la biblioteca, pero lo mejor seria aguardar hasta el miércoles.
Por la noche note que una herida se había abierto en mi. Extrañaba a la obra. Instintivamente tome un lápiz... y cesó mi silencio.
Tardé mucho en escribir algo sensato. Hubo intentos, pero significaron tan solo alivios para quien sabe que al menos lo había intentado. Lo fácil parece difícil y lo casual poco importante.
Fue casual mi descubrimiento y estaba a solo trece cuadras: la biblioteca popular. Recuerdo que no dejaban retirar las obras, así que me habitué a visitar la biblioteca dos veces por día. Por lo general, me dedicaba la lectura paralela de dos obras: la matinal y la vespertina. Así comencé a llenar mis lecturas. Casi todos los días era yo quien aguardaba la llagada del bibliotecario, quien me entregaba prontamente la obra que tenía reservada desde el día anterior. Mi lugar predilecto era una esquina del recinto donde pegaba el sol desde las nueve hasta las once. El gordo Luis, como buen bibliotecario, me recibía siempre con una sonrisa y un “buendiia”. Su aspecto era mas similar al de un oficinista que al de un bibliotecario. Casi siempre me hacia una acotación acerca del clima y antes de entregarme la obra no olvidaba recalcar:
-Con cuidado, que esta es de las buenas-
Por lo general cruzaba páginas hasta eso de la una del mediodía. Era cuando el hambre distraía mi atención plena. Muchas veces queriendo terminar un libro, lo domaba hasta dos y tres horas mas, pero al final el hambre siempre vence. Por este motivo, procuraba desayunar en forma muy abundante todas las mañanas. Como nunca antes, ni nunca después mi cocina rebalsaba de fiambres, frutas, tostadas y jarros de café repletos. Engullidos en media hora, servían de combustible para mi lectura ávida.
Todas las mañanas de ese año me vieron dentro de la biblioteca popular. Creo no haber faltado nunca.
Los domingos eran dramáticos para mí. El descanso de los bibliotecarios me parecía absurdo. De qué podían cansarse dentro de una biblioteca. Qué mejor que habitar ese submundo de ficciones. Un par de domingos logre, bajo juramento solemne, que el gordo Luis me facilitara volúmenes no registrados en devoluciones. Luis confiaba en mi; sabía que el lunes a las ocho los tendría allí.
Los domingos sin libros eran un suplicio. Me dedicaba a recordar obras enteras, momentos culmines, desarrollos alternativos y finales posibles para obras abiertas. La resolución de enigmas era mi pasión. Pero una vez resueltos no me quedaba mas que la planificación de mis lecturas. Me instruía por referencias y recomendaciones, y trataba en lo posible de extinguir la obra de los autores en forma rigurosamente cronológica.
Todos los días al regresar del almuerzo me dedicaba al chequeo de los ficheros, a las anotaciones en libreta, a las averiguaciones con Luis y la señora de la tarde.
Habiendo finalizado con mis investigaciones, requería volúmenes dilectos de bibliografía mas elevada. Creía que el atardecer era el momento propicio para la meditación por lo que leía volúmenes de filosofía, teología, ciencias ocultas, psicología y otras disciplinas hasta que caía el sol. Meditaba largo rato sobre lo leído mientras hacia mis anotaciones de libreta y me retiraba sin olvidarme de saludar a Luis y a la señora de la noche. En algunas ocasiones me quedaba hasta el horario de cierre, leyendo mientras se enceraban los pisos y las puertas se trababan con llave.
Hacia fin de año había leído todas las obras de gran cantidad de autores de renombre y no tanto. De todas partes, de todas las épocas. Muchas historias, muchos finales inciertos. Ya creía haber leído mucho, pero no lo suficiente. Porque nunca era suficiente... al menos eso creía.
El ultimo domingo del año todo cambio. El sábado a la tarde gaste dos horas de mi tiempo en convencer a Luis para que me prestara un libro. Cada sábado era igual: mi insistencia, su negativa inicial, mi tozudez y mi reclamo angustioso; por ultimo, el préstamo temporal de alguna obra. Era una victoria diferente cada sábado, una conquista a base de fuerza moral y convencimiento.
Luis me acercaba una obra y mi sonrisa aceptaba el trato: el lunes a las ocho de vuelta sin ninguna marca. Como cada sábado, me dedicaba a hojear el libro después de cenar. Esa noche algo cambio.
Este libro no era igual a los anteriores que había leído. Bueno, en apariencia, si lo era. Tapa dura, azul, letras doradas, tipografía pequeña y hojas amarillas.
No me pregunten porque era diferente. Una historia usual: un muchacho como cualquier otro (como yo quizás), un desamor, un desencuentro. Pero que tenia esa historia para impactarme de manera tan profunda. No fue un roce, fue un surco el que abrió ese libro en mi casco. A partir de esa grieta, se hizo un rumbo y la vía de agua no pudo detenerse. Una inmersión placentera, que recuerda el naufrago con gozo, con una satisfacción casi sexual.
Este libro debió ser un clásico nunca descubierto, ese tipo de obras universales que impactan sobre seres de todos los tiempos, en cualquier lugar. Pero más, esta historia parecía escrita para mí. El concebir esta idea me hacia temblar. Podría acaso darse que el autor al concebirla, se figurara un muchacho desahuciado por la desgracia y la incomprensión, que a cientos de kilómetros y largos años por detrás, hubiera de identificarse con su historia, con su muchacho pobre y desilusionado. Evidentemente, ningún creador tan grande pudo haber concebido tal idea, a no ser que se tratara de un ser superior (y maléfico).
La literatura universal tiene sus quiebres (y esto lo aprendí leyendo), pero no podría clasificar a esta obra dentro de ninguno de los moldes. Su simpleza la hacia grande, única e irrepetible. Su brevedad la hacia superior a todo lo que había leído o escuchado.
¿No seria la base mas alta que la cúspide y mi visión perpleja un reflejo absurdo de la obra?
No pude creer que fuera cierto. Creía en la objetividad de la obra.
Claro esta que esa noche no dormí, ni la siguiente cuando inicié su relectura. Me quedaban horas de la madrugada del lunes, pero no iba a terminar aquella segunda lectura. Apurarme por demás hubiera sido una gran falta de respeto a su grandeza. Extenuado llegue al anteúltimo capitulo. Eran las ocho y media de la mañana. Entonces, en un ensueño irresponsable pense que siendo el ultimo día del año, todos estarían prontos a festejar y nadie notaria la ausencia de un libro. Podía devolverlo el día dos... o mejor aun, no devolverlo sino me era requerido.
Con la tranquilidad de un niño me eche a dormir en el sofá. El libro quedo entre mis manos.
A eso de las doce, me despertó la campana del teléfono. Ya sabia, era el gordo Luis. Quería saber porque no había llevado el libro por la mañana. Me excuse diciendo que me había sentido mal el fin de semana y que me había quedado dormido producto de los fármacos. Prometí llevárselo cuanto antes. Con un tono desconfiado me insto al apuro, ya que la biblioteca cerraría antes a causa del fin de año. Ni bien corte salte del sofá para reiniciar la lectura. Me faltaban dos capítulos. Pense que podría terminarlo en dos o tres horas para cumplir con mi promesa. Pero... no podía devolverlo. ¿ Que sucedería si no iba?
A eso de las cuatro, volvió a sonar el teléfono pero no atendí. Preferí seguir leyendo. Seguramente era Luis, pero para que atenderlo si de todas formas no pensaba devolverle el libro hasta no finalizarlo. Los llamados se sucedieron a intervalos de cinco minutos, por el lapso de una hora. El silencio del teléfono me permitió encarar las ultimas diez paginas con mayor tranquilidad. El final se prolongo mas que con la primera lectura, pues me detuve descifrando claves que hacían a la obra aun más genial.
Cuando faltaban tres paginas, golpearon a la puerta. Tuve que abrir ante la insistencia de los golpes. Al hacerlo me encontré con el rostro de un Luis diferente. Sin decir palabra alguna me aparto de la entrada y se encamino hacia la mesa en donde estaba el libro. Intente excusarme, pero fue inútil. Se estaba llevando el libro. Mi libro. Me colgué de su brazo implorándole que me dejara terminarlo; me faltaban solo tres paginas de nuevas claves, de nuevas respuestas.
Hizo oídos sordos. Lo único que dijo antes de salir dando un portazo fue:
-No quiero verlo mas por la biblioteca.
Esa frase se clavo en mi como un puñal. Qué seria de mi vida sin las toneladas de papel que me faltaba engullir. Pero eso no importaba realmente. Qué haría yo sin ese libro, al lado del cual el resto parecía insignificante, superfluo y vacío de contenido. Debía volver a la biblioteca, pero lo mejor seria aguardar hasta el miércoles.
Por la noche note que una herida se había abierto en mi. Extrañaba a la obra. Instintivamente tome un lápiz... y cesó mi silencio.
martes, 9 de marzo de 2010
El Grillo 28
Dinosaurios:
Fue hace dos días. Nos encontraron en un campito. Creo que no era lejos de la casa donde vivía.
Unos chicos del barrio quisieron reacomodar el campo de juego. El terreno del picado debía agrandarse en relación a sus capacidades atléticas.
La casualidad quiso que fueran a clavar el poste justo sobre el cráneo de Hugo, pero no se dieron cuenta. Recién al cavar el otro pozo dieron con mi fémur, casi intacto desde hacia ocho años. Que placer salir del claustro, reeencontrarme con mis compañeros. Hoy se descubrió al ultimo, Cachito. Siempre escurridizo el guacho. Él fue el ultimo al que agarraron. Ahí estabamos veintidós, tirados en el suelo, desarmados, paradójicamente desenterrados por los mismos que años antes habían cubierto nuestro sepulcro con silencio y temor sembrado.
Todos en fila, mirando al cielo igual que hace ocho años pero noventa grados más tiesos. No podíamos mirarnos a la cara, no podíamos hablarnos, pero todos estaríamos pensando lo mismo: que ganas de jugarnos un picado.
Fue hace dos días. Nos encontraron en un campito. Creo que no era lejos de la casa donde vivía.
Unos chicos del barrio quisieron reacomodar el campo de juego. El terreno del picado debía agrandarse en relación a sus capacidades atléticas.
La casualidad quiso que fueran a clavar el poste justo sobre el cráneo de Hugo, pero no se dieron cuenta. Recién al cavar el otro pozo dieron con mi fémur, casi intacto desde hacia ocho años. Que placer salir del claustro, reeencontrarme con mis compañeros. Hoy se descubrió al ultimo, Cachito. Siempre escurridizo el guacho. Él fue el ultimo al que agarraron. Ahí estabamos veintidós, tirados en el suelo, desarmados, paradójicamente desenterrados por los mismos que años antes habían cubierto nuestro sepulcro con silencio y temor sembrado.
Todos en fila, mirando al cielo igual que hace ocho años pero noventa grados más tiesos. No podíamos mirarnos a la cara, no podíamos hablarnos, pero todos estaríamos pensando lo mismo: que ganas de jugarnos un picado.
lunes, 8 de marzo de 2010
El Grillo 29
El año nuevo:
Hasta el día siguiente estuve bien. Durante la noche hubo estruendos (y olor a cambio). Luego hubo silencio y párrafos que hoy parecen vanos.
Sacudí mi cabeza varias veces. El año había cambiado, pero mi cabeza no. Seguía pensando en la obra, en su necesidad y perfección conjunta. Las hojas no me bastaron y el festejo fue parco.
Trate de recordar si había dormido o no, pero no pude. Supuse un descanso, ya que me hallaba sin rastros de debilidad. Cuando fue cayendo la tarde el hambre me empujo hacia la calle. Eso si lo recordaba, no había comido en los últimos dos días. La lectura y mi intento por salir de aquella angustia me habían consumido en horas sin hambre, en minutos sin apuro.
Pero el hambre siempre abrevia esos momentos sin tiempo. Deben haber sido las siete cuando salí. Por suerte había un quiosco abierto. La gente seguía festejando. En la puerta del quiosco había unos muchachos tomando. Fueron los primeros (y los únicos) en nombrarme el año nuevo. Lo agradecí con una sonrisa y me senté a su lado a comer.
Dos panchos fueron suficientes. Salude a los muchachos y me levante sin rumbo. Instintivamente me encaminé por la avenida. Todo lucia diferente, aunque sé que nada había cambiado. Pero había algo en el aire, quizá fuera la adrenalina de la noche; la de todas las noches, pero en especial la de la pasada. También había algo en mi cabeza, pero no sabia que. Era algo así como un ruido agudo, que invertía el dilema del árbol cayendo en un bosque sin vida. Puede ser sonido aquello que se escucha sin tener fuente.
Seguí caminando hasta encontrare parado frente a la biblioteca. Era la primera vez que la veía así; toda apagada, sin vida. Pero sabia que ahí dentro había miles de vidas, dedicaciones exclusivas al arte, recordatorios del ocio mas sano.
Estuve diez minutos sin saber que hacer. No podía soportar hasta el día siguiente. Di la vuelta por la esquina buscando la ventana del baño que daba a la calle lateral. Debía entrar, la obra me esperaban
La ventana estaba, aunque no abierta, donde lo esperaba. La forcé para entrar sin mayor trabajo. Algo me decía que debía hacerlo, como una de esas tareas que se nos asignan como destinos.
Una vez adentro solo restaba encontrarla... y huir. Aunque podría haberla leído y devolverla a su sitio; pero no podría hacer ambas cosas. En ese aspecto, la vida es como la literatura. Ante las disyuntivas uno elige, como cada personaje para acercarse al fin. Cada pagina es un hito, un mojón de ruta, aunque no sepamos como ha de terminar nuestro relato. Pero ha de terminar como toda buena historia tras la anteúltima pagina.
Así es que me decidí a robar la obra. Hoy me pregunto que hubiera pasado si me hubiera quedado a leerla allí. Pero de nada sirve, porque no pude y ni siquiera puedo imaginarlo. Me quedo con mi destino pobre y elegido.
Todo esto para justificar mis actos, para que se entienda mi proceder y mi no arrepentimiento.
Hasta el día siguiente estuve bien. Durante la noche hubo estruendos (y olor a cambio). Luego hubo silencio y párrafos que hoy parecen vanos.
Sacudí mi cabeza varias veces. El año había cambiado, pero mi cabeza no. Seguía pensando en la obra, en su necesidad y perfección conjunta. Las hojas no me bastaron y el festejo fue parco.
Trate de recordar si había dormido o no, pero no pude. Supuse un descanso, ya que me hallaba sin rastros de debilidad. Cuando fue cayendo la tarde el hambre me empujo hacia la calle. Eso si lo recordaba, no había comido en los últimos dos días. La lectura y mi intento por salir de aquella angustia me habían consumido en horas sin hambre, en minutos sin apuro.
Pero el hambre siempre abrevia esos momentos sin tiempo. Deben haber sido las siete cuando salí. Por suerte había un quiosco abierto. La gente seguía festejando. En la puerta del quiosco había unos muchachos tomando. Fueron los primeros (y los únicos) en nombrarme el año nuevo. Lo agradecí con una sonrisa y me senté a su lado a comer.
Dos panchos fueron suficientes. Salude a los muchachos y me levante sin rumbo. Instintivamente me encaminé por la avenida. Todo lucia diferente, aunque sé que nada había cambiado. Pero había algo en el aire, quizá fuera la adrenalina de la noche; la de todas las noches, pero en especial la de la pasada. También había algo en mi cabeza, pero no sabia que. Era algo así como un ruido agudo, que invertía el dilema del árbol cayendo en un bosque sin vida. Puede ser sonido aquello que se escucha sin tener fuente.
Seguí caminando hasta encontrare parado frente a la biblioteca. Era la primera vez que la veía así; toda apagada, sin vida. Pero sabia que ahí dentro había miles de vidas, dedicaciones exclusivas al arte, recordatorios del ocio mas sano.
Estuve diez minutos sin saber que hacer. No podía soportar hasta el día siguiente. Di la vuelta por la esquina buscando la ventana del baño que daba a la calle lateral. Debía entrar, la obra me esperaban
La ventana estaba, aunque no abierta, donde lo esperaba. La forcé para entrar sin mayor trabajo. Algo me decía que debía hacerlo, como una de esas tareas que se nos asignan como destinos.
Una vez adentro solo restaba encontrarla... y huir. Aunque podría haberla leído y devolverla a su sitio; pero no podría hacer ambas cosas. En ese aspecto, la vida es como la literatura. Ante las disyuntivas uno elige, como cada personaje para acercarse al fin. Cada pagina es un hito, un mojón de ruta, aunque no sepamos como ha de terminar nuestro relato. Pero ha de terminar como toda buena historia tras la anteúltima pagina.
Así es que me decidí a robar la obra. Hoy me pregunto que hubiera pasado si me hubiera quedado a leerla allí. Pero de nada sirve, porque no pude y ni siquiera puedo imaginarlo. Me quedo con mi destino pobre y elegido.
Todo esto para justificar mis actos, para que se entienda mi proceder y mi no arrepentimiento.
domingo, 7 de marzo de 2010
El Grillo 30
Un Víctor diferente:
Horas después me hallaba en casa volviendo sobre mí y sobre los acontecimientos de la madrugada. Había un nombre que resonaba en mi cabeza. Misteriosamente aparecía ante mí la imagen de un Víctor diferente. Lo veía frente a mí, con un aire sobrador y altanero. Aun hoy recuerdo claramente esa sonrisa doble, inexpugnable. Al volver a casa su imagen comenzó a torturarme.
Era mi segundo encuentro con el orden. Víctor se reía de mis miedos. Su imagen casi viva no lograba escalofriarme. Por unos instantes volví a pensar en ella. Tal vez Víctor se le habría aparecido como a mí en aquel momento. Deje estos pensamientos ni bien note el ceño fruncido de mi visita. Su imagen me estaba pidiendo cuentas y yo estaba demasiado cansado para rendirlas. Así que me acosté.
Pasaron dos horas sin que poder pegar un ojo. La luz del alba pudo con mi cansancio y al levantarme lo vi sentado en el living.
Su sonrisa seguía pegada, irritante. Intuí que seria su presencia la que me impedía dormir a pesar de mi agotamiento físico y mental.
Lo salude absurdamente. Sabia que no iba a contestarme pues tenia en claro que él venia a escuchar, es mas a escuchar algo preciso.
Así fue que comencé a hablar. Si alguien hubiera entrado hubiera creído que desvariaba, pero solo estaba evitando la confesión.
Comencé narrándole los eventos de la noche anterior. Ante cada palabra mía su sonrisa se ampliaba, como si esta vez fuera él el cómplice. Cuando termine, saque un libro de entre mis ropas. Allí estaba el motivo de su visita: la obra.
Horas después me hallaba en casa volviendo sobre mí y sobre los acontecimientos de la madrugada. Había un nombre que resonaba en mi cabeza. Misteriosamente aparecía ante mí la imagen de un Víctor diferente. Lo veía frente a mí, con un aire sobrador y altanero. Aun hoy recuerdo claramente esa sonrisa doble, inexpugnable. Al volver a casa su imagen comenzó a torturarme.
Era mi segundo encuentro con el orden. Víctor se reía de mis miedos. Su imagen casi viva no lograba escalofriarme. Por unos instantes volví a pensar en ella. Tal vez Víctor se le habría aparecido como a mí en aquel momento. Deje estos pensamientos ni bien note el ceño fruncido de mi visita. Su imagen me estaba pidiendo cuentas y yo estaba demasiado cansado para rendirlas. Así que me acosté.
Pasaron dos horas sin que poder pegar un ojo. La luz del alba pudo con mi cansancio y al levantarme lo vi sentado en el living.
Su sonrisa seguía pegada, irritante. Intuí que seria su presencia la que me impedía dormir a pesar de mi agotamiento físico y mental.
Lo salude absurdamente. Sabia que no iba a contestarme pues tenia en claro que él venia a escuchar, es mas a escuchar algo preciso.
Así fue que comencé a hablar. Si alguien hubiera entrado hubiera creído que desvariaba, pero solo estaba evitando la confesión.
Comencé narrándole los eventos de la noche anterior. Ante cada palabra mía su sonrisa se ampliaba, como si esta vez fuera él el cómplice. Cuando termine, saque un libro de entre mis ropas. Allí estaba el motivo de su visita: la obra.
sábado, 6 de marzo de 2010
El Grillo 31
La confesión:
Las noches que siguieron fueron similares. Revolcado entre sabanas húmedas, sumergido en sueños vivos que me pedían descanso, pero daban fatiga.
En esas noches fue que vislumbre por primera vez la idea de escribir mi historia. Mis circunstancias me parecían tan irreales y disimiles, que parecían extraídas de una novela mágica y surrealista.
Cuando me cansaba de dar vueltas y la almohada empezaba a tenderme la trampa del ahogo, decidía incorporarme de un salto y enfrentarlo. Siempre lo hallaba igual, con la sonrisa dibujada y sentado en el sillón de la ventana. Casi siempre me tiraba extenuado en el sofá y el tan solo me miraba con su sonrisa falsa, desesperante.
A la cuarta noche no di más. Serian las cinco de la mañana, lo supe porque ya estaba aclarando. Mi cabeza ebullía. No sabia como desterrarlo de mi casa ni como borrarlo de mi mente. Que me ocupara la casa no era nada, porque no hacia ruido ni consumía mis víveres. Pero que usurpara mi propia cabeza era inadmisible.
Aquella noche pense de todo: podía llamar a una bruja (debía haber alguna todavía), tal vez llamarla a ella (quizá aceptaría verme). Pero cual era la solución. Mi cabeza volaba tratando de desprenderse de él de algún modo.
La llame, pero nadie contestaba. Si hubiera atendido se habría anticipado el fin, pero de nuevo no estaba o sabia que era yo y no atendía. Pero... como iba a saber que era yo después de tanto tiempo; no podía saber.
Desesperado salte de la cama para increparlo. Increíblemente no estaba. No podía ser pero no estaba. Mi delirio aumento y revolví todo buscándolo hasta que percibí su risita entrecortada. No podía soportarlo más.
Salí al balcón con lagrimas en los ojos. El sol estaba apenas asomando. Pense: es un lindo día para saltar. Sin darme cuenta pase del otro lado y en breve me hallaba suspendido en el aire. Mis dos manos se negaban a soltarse. No me animaba a mirar hacia abajo. Cuando gire mi cabeza lo vi allí, con su sonrisa sarcástica, colgando de mis pies. Sabia que si me soltaba era el fin, pero mis manos no iban a darle el gusto. Con las ultimas fuerzas trepe la baranda nuevamente. Sentía un peso enorme en las piernas, supongo que era la culpa.
Extenuado me acosté en el balcón. Después de un minuto quise levantarme pero no podía. Algo me mantenía contra el suelo y no era el cansancio. Con enorme esfuerzo logre incorporarme. Una vez arriba se repitió el impacto del baño. El mismo golpe, la misma certeza. Logre arrastrarme hasta adentro y allí me desmaye por un largo rato.
Al despertar lo vi allí frente a mí. Estaba en su sillón de la ventana. Me incorpore resignado; Víctor había ganado y yo tenia que confesar. Sabia que el no diría una palabra así que comencé:
-Esta bien, voy a hablar.-
Entonces borro su sonrisa.
Las noches que siguieron fueron similares. Revolcado entre sabanas húmedas, sumergido en sueños vivos que me pedían descanso, pero daban fatiga.
En esas noches fue que vislumbre por primera vez la idea de escribir mi historia. Mis circunstancias me parecían tan irreales y disimiles, que parecían extraídas de una novela mágica y surrealista.
Cuando me cansaba de dar vueltas y la almohada empezaba a tenderme la trampa del ahogo, decidía incorporarme de un salto y enfrentarlo. Siempre lo hallaba igual, con la sonrisa dibujada y sentado en el sillón de la ventana. Casi siempre me tiraba extenuado en el sofá y el tan solo me miraba con su sonrisa falsa, desesperante.
A la cuarta noche no di más. Serian las cinco de la mañana, lo supe porque ya estaba aclarando. Mi cabeza ebullía. No sabia como desterrarlo de mi casa ni como borrarlo de mi mente. Que me ocupara la casa no era nada, porque no hacia ruido ni consumía mis víveres. Pero que usurpara mi propia cabeza era inadmisible.
Aquella noche pense de todo: podía llamar a una bruja (debía haber alguna todavía), tal vez llamarla a ella (quizá aceptaría verme). Pero cual era la solución. Mi cabeza volaba tratando de desprenderse de él de algún modo.
La llame, pero nadie contestaba. Si hubiera atendido se habría anticipado el fin, pero de nuevo no estaba o sabia que era yo y no atendía. Pero... como iba a saber que era yo después de tanto tiempo; no podía saber.
Desesperado salte de la cama para increparlo. Increíblemente no estaba. No podía ser pero no estaba. Mi delirio aumento y revolví todo buscándolo hasta que percibí su risita entrecortada. No podía soportarlo más.
Salí al balcón con lagrimas en los ojos. El sol estaba apenas asomando. Pense: es un lindo día para saltar. Sin darme cuenta pase del otro lado y en breve me hallaba suspendido en el aire. Mis dos manos se negaban a soltarse. No me animaba a mirar hacia abajo. Cuando gire mi cabeza lo vi allí, con su sonrisa sarcástica, colgando de mis pies. Sabia que si me soltaba era el fin, pero mis manos no iban a darle el gusto. Con las ultimas fuerzas trepe la baranda nuevamente. Sentía un peso enorme en las piernas, supongo que era la culpa.
Extenuado me acosté en el balcón. Después de un minuto quise levantarme pero no podía. Algo me mantenía contra el suelo y no era el cansancio. Con enorme esfuerzo logre incorporarme. Una vez arriba se repitió el impacto del baño. El mismo golpe, la misma certeza. Logre arrastrarme hasta adentro y allí me desmaye por un largo rato.
Al despertar lo vi allí frente a mí. Estaba en su sillón de la ventana. Me incorpore resignado; Víctor había ganado y yo tenia que confesar. Sabia que el no diría una palabra así que comencé:
-Esta bien, voy a hablar.-
Entonces borro su sonrisa.
viernes, 5 de marzo de 2010
El Grillo 32
La parodia de Simón Pedro:
La mañana del robo volvió a mi boca. Su memoria me iba a impedir decir algo que no fuera fiel a la verdad.
Su disparo al techo había sido un test de confianza para ver hasta donde llegaba mi hombría y mi lealtad. Cuando todos se arrojaron al suelo, yo no supe que hacer. Él me miraba con esa sonrisa que me desconcertaba. El guardia fue por detrás y yo no atine a decirle nada. Entonces me tire al suelo y su sonrisa se desdibujó.
Dos segundos mas tarde su boca escupía sangre y el guardia lo pateaba con despecho. Era inútil, ya estaba muerto.
Mi traición no termino ahí. Cuando llego la policía, negué a Víctor por segunda vez (faltaría una tercera, anos mas tarde, para completar la parodia de Simón Pedro). Argumente una excusa para justificar mi visita al banco y me retire por la puerta grande. Un par de empleados me miraron en forma extraña, así es que al llegar a la esquina corrí a doble paso hasta mas no poder. Como ya dije, me aleje muchos kilómetros corriendo; me oculte en la ribera durante todo el día y solo con la oscuridad de la noche me atreví a volver a casa.
La cara de Víctor continuo fruncida. Sabia que faltaba algo y tenia razón. Esa noche al volver a casa mi mente se clavo en ella. Sabia que estaría sola y que podría aprovechar esta oportunidad única. Pero como decirlo... no me alegraba de la muerte de Víctor pero habiendo ocurrido, se me abría una puerta que lucia invitante.
Solo atine a decirle:
-¿Que hay con ella?-
Entonces su sonrisa volvió.
Mis piernas temblaron. Sabia que ella era bastante débil. Tenia ganas de golpearlo pero no era posible. Corrí hasta el teléfono. La llame de nuevo pensando que antes debía estar dormida. No atendió. Pero... adonde habría ido si yo tenia la certeza de que no era de la provincia, que nunca se iría de la casa de Víctor. Tenia que estar allí. Ante mi desesperación Víctor soltó una carcajada. Esto me enfureció y comencé a arrojarle cosas. Cada vez reía mas fuerte y yo me enfurecía más. Nada lo tocaba. Solo estaba logrando destrozar mi casa.
Entre los objetos que tome arroje la obra. Entonces me detuve y sus carcajadas también. Fui corriendo a buscar la obra pero Víctor se interpuso, no quería que tome la obra y me di cuenta que allí estaría la respuesta.
La obra era una fábula perfecta de la historia que nos toco vivir, de la vuelta de Víctor y de mis dilemas. Ahora todo podía cerrar.
Una frase de la obra basto. Entonces desee no haber increpado a Víctor. La entrega fue tan difícil que Víctor parecía estar incitándome a saltar antes que a leer su contenido. Quizá hubiera sido más fácil soltarme, flotar tres segundos y aplastarme contra el pavimento. Pero hubiera sido una derrota. Una derrota que hubiera evitado mas desazón y dolor.
Mi amenaza de llamar a una bruja lo hizo desistir. La obra cayo del techo donde la tenia pegada y pude atraparla antes de que golpeara el suelo. Víctor se relamía mientras yo abría la obra en la primera pagina. La recordaba claramente pero tenia que leerla para darme cuenta de lo que había sucedido tras la muerte de Víctor.
Al leerla sentí mi destino era un camino marcado por el maleficio. Mis ojos se desmoronaron en esta frase. Víctor triunfante se levanto de su sillón. No volví a verlo, pero el fin de su tortura trajo otra.
La mañana del robo volvió a mi boca. Su memoria me iba a impedir decir algo que no fuera fiel a la verdad.
Su disparo al techo había sido un test de confianza para ver hasta donde llegaba mi hombría y mi lealtad. Cuando todos se arrojaron al suelo, yo no supe que hacer. Él me miraba con esa sonrisa que me desconcertaba. El guardia fue por detrás y yo no atine a decirle nada. Entonces me tire al suelo y su sonrisa se desdibujó.
Dos segundos mas tarde su boca escupía sangre y el guardia lo pateaba con despecho. Era inútil, ya estaba muerto.
Mi traición no termino ahí. Cuando llego la policía, negué a Víctor por segunda vez (faltaría una tercera, anos mas tarde, para completar la parodia de Simón Pedro). Argumente una excusa para justificar mi visita al banco y me retire por la puerta grande. Un par de empleados me miraron en forma extraña, así es que al llegar a la esquina corrí a doble paso hasta mas no poder. Como ya dije, me aleje muchos kilómetros corriendo; me oculte en la ribera durante todo el día y solo con la oscuridad de la noche me atreví a volver a casa.
La cara de Víctor continuo fruncida. Sabia que faltaba algo y tenia razón. Esa noche al volver a casa mi mente se clavo en ella. Sabia que estaría sola y que podría aprovechar esta oportunidad única. Pero como decirlo... no me alegraba de la muerte de Víctor pero habiendo ocurrido, se me abría una puerta que lucia invitante.
Solo atine a decirle:
-¿Que hay con ella?-
Entonces su sonrisa volvió.
Mis piernas temblaron. Sabia que ella era bastante débil. Tenia ganas de golpearlo pero no era posible. Corrí hasta el teléfono. La llame de nuevo pensando que antes debía estar dormida. No atendió. Pero... adonde habría ido si yo tenia la certeza de que no era de la provincia, que nunca se iría de la casa de Víctor. Tenia que estar allí. Ante mi desesperación Víctor soltó una carcajada. Esto me enfureció y comencé a arrojarle cosas. Cada vez reía mas fuerte y yo me enfurecía más. Nada lo tocaba. Solo estaba logrando destrozar mi casa.
Entre los objetos que tome arroje la obra. Entonces me detuve y sus carcajadas también. Fui corriendo a buscar la obra pero Víctor se interpuso, no quería que tome la obra y me di cuenta que allí estaría la respuesta.
La obra era una fábula perfecta de la historia que nos toco vivir, de la vuelta de Víctor y de mis dilemas. Ahora todo podía cerrar.
Una frase de la obra basto. Entonces desee no haber increpado a Víctor. La entrega fue tan difícil que Víctor parecía estar incitándome a saltar antes que a leer su contenido. Quizá hubiera sido más fácil soltarme, flotar tres segundos y aplastarme contra el pavimento. Pero hubiera sido una derrota. Una derrota que hubiera evitado mas desazón y dolor.
Mi amenaza de llamar a una bruja lo hizo desistir. La obra cayo del techo donde la tenia pegada y pude atraparla antes de que golpeara el suelo. Víctor se relamía mientras yo abría la obra en la primera pagina. La recordaba claramente pero tenia que leerla para darme cuenta de lo que había sucedido tras la muerte de Víctor.
Al leerla sentí mi destino era un camino marcado por el maleficio. Mis ojos se desmoronaron en esta frase. Víctor triunfante se levanto de su sillón. No volví a verlo, pero el fin de su tortura trajo otra.
jueves, 4 de marzo de 2010
El Grillo 33
Seis pies:
Tenia la certeza de que ella ya no vivía. Pero desde cuando. Sin duda Víctor había presenciado cada uno de nuestros encuentros. Pero por que no se presento entonces. Acaso era otro test.
Muchas veces pienso si Víctor no habrá sido mi alma gemela, el espejo de mi lado más satánico y depravado. Es cierto que parecíamos muy diferentes, pero también lo era la admiración mutua y la envidia insana por los rasgos del otro que uno no tenía. En particular siempre envidie su sarcasmo, su desinterés por lo cotidiano y su malicia tan practica. Calculo que él envidiaría mi tristeza, mi emancipación forzosa y mi torpeza, rasgos que deploro desde hace años.
No podía denunciar a nadie (Víctor ya estaba muerto). Seguramente inducida al suicidio por la acción premeditada de Víctor. Supuse que la visitaría tras nuestros encuentros y la torturaría. Pobre criatura, no habrá soportado... Seguramente había sido idea de Víctor la excusa del viaje a la provincia y seria el mismo el que la sostendría aterrada la noche que casi volteo la puerta.
¿Pero cuando habría muerto?
De algo estaba seguro. Ella no podía estar viva. La primera frase lo decía bien claro:
"Ya no hay luz en sus ojos
porque el cielo se llevo sus palabras
y sus palabras se quedaron en tu tiempo"
No me animé a seguir leyendo. Si bien había leído la obra ya dos veces, esta nueva interpretación era tan tenebrosa y aterradora que la sola idea de leerla me hacia un nudo entre el estomago y el esófago.
La cerré y la apoye sobre la mesa. Esa obra no podía permanecer conmigo. Era peligrosa y podía contener claves acerca de mi pasado o mi futuro que no quería conocer. Recordé un par de frases:
“No preocupa tu futuro,
porque es igual al resto.
Seis pies son suficientes,
Los gusanos siempre vencen”
No quería encontrar mas claves. Prefería olvidar y empezar de nuevo (aunque no fuera posible). Sabia que tenia que devolver la obra para poder continuar mi existencia en paz y sin anuncios, pero no podía llevársela a Luis al mostrador... debía devolverla a escondidas.
Lo prohibido me atraía, como siempre, pero era muy peligroso intentar infiltrarse en el deposito de la biblioteca durante el día. Decidí que debería retornar la obra por donde había salido: por la ventana del baño. Quizá no hubieran notado su ausencia. Si bien el sereno debía haber avisado acerca de mi intrusión, seguramente no sabrían que obra me estaba llevando y, como revisar la biblioteca entera les llevaría meses, no podrían saber cuál obra era ni quien podía haberla llevado. Estos razonamientos me tranquilizaron y me dieron coraje para ejecutar el plan de devolución. Podía devolverla esa misma noche, cuanto antes mejor.
Pense que seria un tramite, como se dice, parte de mi historia escrita. En realidad mi plan parecía ser parte de otro más malicioso y lleno de resentimiento, el plan de Víctor. Quizá esta fuera la segunda o la tercera etapa que nunca quiso contarme, parte de su venganza como si lograra con mi fracaso aminorar o resarcir mi traición.
Es cierto, lo había traicionado, pero no en el banco sino en su propia casa, o mas bien, en mi cabeza voladora. Quizá ella también lo haya traicionado, y por eso esta muerta en vida. De otra forma seria injusto, y a Víctor no le agradaría.
Ingenuamente me encamine a la biblioteca. Serian las doce de la noche cuando me pare frente a la ventana del baño. Esta vez parecía más fácil ya que la ventana del baño estaba abierta. Esto no me extraño en lo mas mínimo. Solo tuve que trepar, y a decir verdad, me sentí un poco tonto devolviendo una obra que había robado tan solo cuatro días antes. Sonreí mientras pasaba mi abdomen hacia la ilegalidad. Se me ocurrió que alguien podría leer esa misma obra años mas tarde y darle un sentido más poético y menos nefasto. Pero esto nunca ocurrió.
Hoy pienso que las vidas de cada uno de nosotros ya están escritas en código en algún libro perdido. O peor aun, que estén todas escritas en un mismo libro que yo tuve hace unos años. Es cierto que pude haberlo descifrado por completo, pero no quería conocerme en forma tan profunda, prefería no saber mis caminos, andarlos sin mas advertencias que la intuición y los desatinos pasados. Esa decisión me costo esta cárcel y tiene el motivo de lo que escribo.
Tenia la certeza de que ella ya no vivía. Pero desde cuando. Sin duda Víctor había presenciado cada uno de nuestros encuentros. Pero por que no se presento entonces. Acaso era otro test.
Muchas veces pienso si Víctor no habrá sido mi alma gemela, el espejo de mi lado más satánico y depravado. Es cierto que parecíamos muy diferentes, pero también lo era la admiración mutua y la envidia insana por los rasgos del otro que uno no tenía. En particular siempre envidie su sarcasmo, su desinterés por lo cotidiano y su malicia tan practica. Calculo que él envidiaría mi tristeza, mi emancipación forzosa y mi torpeza, rasgos que deploro desde hace años.
No podía denunciar a nadie (Víctor ya estaba muerto). Seguramente inducida al suicidio por la acción premeditada de Víctor. Supuse que la visitaría tras nuestros encuentros y la torturaría. Pobre criatura, no habrá soportado... Seguramente había sido idea de Víctor la excusa del viaje a la provincia y seria el mismo el que la sostendría aterrada la noche que casi volteo la puerta.
¿Pero cuando habría muerto?
De algo estaba seguro. Ella no podía estar viva. La primera frase lo decía bien claro:
"Ya no hay luz en sus ojos
porque el cielo se llevo sus palabras
y sus palabras se quedaron en tu tiempo"
No me animé a seguir leyendo. Si bien había leído la obra ya dos veces, esta nueva interpretación era tan tenebrosa y aterradora que la sola idea de leerla me hacia un nudo entre el estomago y el esófago.
La cerré y la apoye sobre la mesa. Esa obra no podía permanecer conmigo. Era peligrosa y podía contener claves acerca de mi pasado o mi futuro que no quería conocer. Recordé un par de frases:
“No preocupa tu futuro,
porque es igual al resto.
Seis pies son suficientes,
Los gusanos siempre vencen”
No quería encontrar mas claves. Prefería olvidar y empezar de nuevo (aunque no fuera posible). Sabia que tenia que devolver la obra para poder continuar mi existencia en paz y sin anuncios, pero no podía llevársela a Luis al mostrador... debía devolverla a escondidas.
Lo prohibido me atraía, como siempre, pero era muy peligroso intentar infiltrarse en el deposito de la biblioteca durante el día. Decidí que debería retornar la obra por donde había salido: por la ventana del baño. Quizá no hubieran notado su ausencia. Si bien el sereno debía haber avisado acerca de mi intrusión, seguramente no sabrían que obra me estaba llevando y, como revisar la biblioteca entera les llevaría meses, no podrían saber cuál obra era ni quien podía haberla llevado. Estos razonamientos me tranquilizaron y me dieron coraje para ejecutar el plan de devolución. Podía devolverla esa misma noche, cuanto antes mejor.
Pense que seria un tramite, como se dice, parte de mi historia escrita. En realidad mi plan parecía ser parte de otro más malicioso y lleno de resentimiento, el plan de Víctor. Quizá esta fuera la segunda o la tercera etapa que nunca quiso contarme, parte de su venganza como si lograra con mi fracaso aminorar o resarcir mi traición.
Es cierto, lo había traicionado, pero no en el banco sino en su propia casa, o mas bien, en mi cabeza voladora. Quizá ella también lo haya traicionado, y por eso esta muerta en vida. De otra forma seria injusto, y a Víctor no le agradaría.
Ingenuamente me encamine a la biblioteca. Serian las doce de la noche cuando me pare frente a la ventana del baño. Esta vez parecía más fácil ya que la ventana del baño estaba abierta. Esto no me extraño en lo mas mínimo. Solo tuve que trepar, y a decir verdad, me sentí un poco tonto devolviendo una obra que había robado tan solo cuatro días antes. Sonreí mientras pasaba mi abdomen hacia la ilegalidad. Se me ocurrió que alguien podría leer esa misma obra años mas tarde y darle un sentido más poético y menos nefasto. Pero esto nunca ocurrió.
Hoy pienso que las vidas de cada uno de nosotros ya están escritas en código en algún libro perdido. O peor aun, que estén todas escritas en un mismo libro que yo tuve hace unos años. Es cierto que pude haberlo descifrado por completo, pero no quería conocerme en forma tan profunda, prefería no saber mis caminos, andarlos sin mas advertencias que la intuición y los desatinos pasados. Esa decisión me costo esta cárcel y tiene el motivo de lo que escribo.
miércoles, 3 de marzo de 2010
El Grillo 34
Segundo picado:
Antes de salir del baño pense en dejar la obra en cualquier estante y marcharme velozmente, pero al meditarlo me di cuenta de que tarde o temprano la descubrirían y a través de Luis sabrían que yo la había movido. Entonces decidí buscar el lugar de donde la había sacado en el fondo del ultimo pasillo del depósito. Después de tantos meses en la biblioteca conocía a la perfección la ubicación de mis libros favoritos, a los que volvía con frecuencia. Pero a esta obra no iba a volver.
Al entrar en la sala de lectura sentí un frío helado que atravesaba mis piernas. Pense que serian los nervios, pero era otra cosa. Hice diez pasos antes de que se encendieran las luces. Pense que era Víctor, pero no era Luis apuntándome.
-¿Querés saber donde va esa, eh?-
No atine a contestar, tampoco a huir como la primera vez. Por detrás apareció el sereno reconociendo mi rostro.
-Si fue este el que se llevo el libro.
-Claro, quien otro- remato Luis.
Cuando llego la policía me acorde del cuento.
Que ganas de jugarme un picado, pense. Me sonreí entonces, pero mi sonrisa no duro mucho.
Antes de salir del baño pense en dejar la obra en cualquier estante y marcharme velozmente, pero al meditarlo me di cuenta de que tarde o temprano la descubrirían y a través de Luis sabrían que yo la había movido. Entonces decidí buscar el lugar de donde la había sacado en el fondo del ultimo pasillo del depósito. Después de tantos meses en la biblioteca conocía a la perfección la ubicación de mis libros favoritos, a los que volvía con frecuencia. Pero a esta obra no iba a volver.
Al entrar en la sala de lectura sentí un frío helado que atravesaba mis piernas. Pense que serian los nervios, pero era otra cosa. Hice diez pasos antes de que se encendieran las luces. Pense que era Víctor, pero no era Luis apuntándome.
-¿Querés saber donde va esa, eh?-
No atine a contestar, tampoco a huir como la primera vez. Por detrás apareció el sereno reconociendo mi rostro.
-Si fue este el que se llevo el libro.
-Claro, quien otro- remato Luis.
Cuando llego la policía me acorde del cuento.
Que ganas de jugarme un picado, pense. Me sonreí entonces, pero mi sonrisa no duro mucho.
martes, 2 de marzo de 2010
El Grillo 35
Prueba guardada:
En la comisaría de la avenida, a solo diez cuadras de casa fui interrogado. No fue duro porque no sabia que decir, así que dije la verdad. No creyeron y todos dudaban si lo estaba inventando o si realmente creía en mi ficción. Esta duda sostuvo el aire denso durante nueve horas. Cada tanto me visitaba algún agente que llegaba a la guardia. Casi todos me miraban como a un bicho raro. Seguramente se les habría comentado mi historia, y como el resto descreían.
Pero yo tenia una prueba guardada. La muerte de ella era la pieza clave que hacia encajar mi engranaje. Temía anunciarla por dos motivos. Si se comprobaba su muerte no tendría mas esperanza para seguir. No me importaba verme imputado, solo que no deseaba saber si era cierta mi suposición. Por otra parte, si ella llegara vivita y coleando, entonces yo estaría loco o al menos eso creería la policía. Un juez no dudaría en encerrarme por uno u otro motivo; mi cuadro no encajaba en el esquema del delincuente típico.
Entonces decidí no hablar. No hablar mas con gente de azul.
Cuando recibía bromas ignoraba haberlas oído, y ni siquiera sus coscorrones me hicieron reaccionar. Solo quería que el tiempo pasara porque sabia que no podían mantenerme allí mucho tiempo más. ¿O cuanto se podía encerrar a un joven hambriento de lectura por el robo temporario de un libro? Después de todo, a pesar del impacto que causo en mi, la obra no era la más grandiosa jamas escrita (a no ser que como se me ocurrió anteriormente, las vidas de todos y cada uno de nosotros, pudieran interpretarse con ella).
Nueve horas, como dije.
El cuartito en el que me alojaban ya comenzaba a parecerme cálido cuando llego el juez. Algún resto de ingenuidad hizo que el hombre me inspirara confianza, así que le hable. Le hable mucho. Le conté todo, todo desde el principio. De Víctor, de ella, del banco, de mis obsesiones y su vuelta, y por fin de la obra. Quise hacer aparecer mi robo como un acto plenamente justificado. Y él pareció entender, porque dijo:
-Comprendo.
En la comisaría de la avenida, a solo diez cuadras de casa fui interrogado. No fue duro porque no sabia que decir, así que dije la verdad. No creyeron y todos dudaban si lo estaba inventando o si realmente creía en mi ficción. Esta duda sostuvo el aire denso durante nueve horas. Cada tanto me visitaba algún agente que llegaba a la guardia. Casi todos me miraban como a un bicho raro. Seguramente se les habría comentado mi historia, y como el resto descreían.
Pero yo tenia una prueba guardada. La muerte de ella era la pieza clave que hacia encajar mi engranaje. Temía anunciarla por dos motivos. Si se comprobaba su muerte no tendría mas esperanza para seguir. No me importaba verme imputado, solo que no deseaba saber si era cierta mi suposición. Por otra parte, si ella llegara vivita y coleando, entonces yo estaría loco o al menos eso creería la policía. Un juez no dudaría en encerrarme por uno u otro motivo; mi cuadro no encajaba en el esquema del delincuente típico.
Entonces decidí no hablar. No hablar mas con gente de azul.
Cuando recibía bromas ignoraba haberlas oído, y ni siquiera sus coscorrones me hicieron reaccionar. Solo quería que el tiempo pasara porque sabia que no podían mantenerme allí mucho tiempo más. ¿O cuanto se podía encerrar a un joven hambriento de lectura por el robo temporario de un libro? Después de todo, a pesar del impacto que causo en mi, la obra no era la más grandiosa jamas escrita (a no ser que como se me ocurrió anteriormente, las vidas de todos y cada uno de nosotros, pudieran interpretarse con ella).
Nueve horas, como dije.
El cuartito en el que me alojaban ya comenzaba a parecerme cálido cuando llego el juez. Algún resto de ingenuidad hizo que el hombre me inspirara confianza, así que le hable. Le hable mucho. Le conté todo, todo desde el principio. De Víctor, de ella, del banco, de mis obsesiones y su vuelta, y por fin de la obra. Quise hacer aparecer mi robo como un acto plenamente justificado. Y él pareció entender, porque dijo:
-Comprendo.
lunes, 1 de marzo de 2010
El Grillo 36
Segundo encierro:
Al día siguiente fui internado, y comenzó mi peor pesadilla. No sé cuanto duro, pero vuelve, siempre vuelve.
Ni bien llegue me asignaron una cama: la 027. Mi ropa fue cambiada por otra, blanca y liviana. Mis compañeros de cuarto parecían callados.
Esa noche no pude dormir. El resto de los muchachos roncaba, y yo me quede pensando. ¿Qué hubiera pasado si le presentaba al juez mi prueba? Quizá hubiera sido peor, porque solo yo sabia de su muerte. Ya nadie creería que fue la obra la que me anuncio ese hecho. Ahora estaría preso y mis compañeros no serian tan tranquilos como fueron los del hospital. El pelado, sobre todo, era poseedor de una paz asombrosa. Casi nunca hablaba pero sonreía mucho, y cuando algo andaba mal repetía: tranquilo, tranquilo.
Al poco tiempo dieron de alta a dos de los muchachos que venían rehabilitándose. En el cuarto quedamos el pelado, el hombre de barba, el alemán y yo. El hombre de barba no hablaba. El pelado, como dije, era pacifico pero se encontraba aislado, en su mundo. Y el alemán era mi único amigo.
Me contó que estaba allí hacia un año, que en su casa no sabían nada, pero que él estaba bien allí. No podía entenderlo. Como podía estar bien encerrado en una jaula. Yo solo soñaba con escapar. En algunos de esos sueños en los que mi escape era frustrado por motivos creíbles oía por debajo la risita de Víctor.
Recuerdo que soñaba mucho, ya que no tomaba las pastillas que nos daban todas las noches. Tenia un método infalible con el que lograba saltear todos los controles. Tras ingerir las pastillas, pedía permiso para ir al baño, y allí regurgitaba gran parte de las drogas que me habían suministrado. Me hice un experto en provocar el vomito. Cada noche devolvía lo que no quería tomar. Así, mi lobotomía tardo en concretarse. Tal vez por ello me sentía tan a disgusto.
Mi actuación intentaba mimetizarme con el resto de los internos. Tenia la certeza de que esta era la única manera de no llamar la atención. En algún descuido podría huir, y concretar el sueño que todos tenemos desde chico: la fuga.
Todos alguna vez ideamos una causa injusta, una condena y un acto heroico que le devuelva al mundo una parte de la justicia que no tiene.
Y esta era mi oportunidad de concretarlo.
Sabia que debía hacerlo de noche. A eso de las tres todos dormían, seguro.
Al día siguiente fui internado, y comenzó mi peor pesadilla. No sé cuanto duro, pero vuelve, siempre vuelve.
Ni bien llegue me asignaron una cama: la 027. Mi ropa fue cambiada por otra, blanca y liviana. Mis compañeros de cuarto parecían callados.
Esa noche no pude dormir. El resto de los muchachos roncaba, y yo me quede pensando. ¿Qué hubiera pasado si le presentaba al juez mi prueba? Quizá hubiera sido peor, porque solo yo sabia de su muerte. Ya nadie creería que fue la obra la que me anuncio ese hecho. Ahora estaría preso y mis compañeros no serian tan tranquilos como fueron los del hospital. El pelado, sobre todo, era poseedor de una paz asombrosa. Casi nunca hablaba pero sonreía mucho, y cuando algo andaba mal repetía: tranquilo, tranquilo.
Al poco tiempo dieron de alta a dos de los muchachos que venían rehabilitándose. En el cuarto quedamos el pelado, el hombre de barba, el alemán y yo. El hombre de barba no hablaba. El pelado, como dije, era pacifico pero se encontraba aislado, en su mundo. Y el alemán era mi único amigo.
Me contó que estaba allí hacia un año, que en su casa no sabían nada, pero que él estaba bien allí. No podía entenderlo. Como podía estar bien encerrado en una jaula. Yo solo soñaba con escapar. En algunos de esos sueños en los que mi escape era frustrado por motivos creíbles oía por debajo la risita de Víctor.
Recuerdo que soñaba mucho, ya que no tomaba las pastillas que nos daban todas las noches. Tenia un método infalible con el que lograba saltear todos los controles. Tras ingerir las pastillas, pedía permiso para ir al baño, y allí regurgitaba gran parte de las drogas que me habían suministrado. Me hice un experto en provocar el vomito. Cada noche devolvía lo que no quería tomar. Así, mi lobotomía tardo en concretarse. Tal vez por ello me sentía tan a disgusto.
Mi actuación intentaba mimetizarme con el resto de los internos. Tenia la certeza de que esta era la única manera de no llamar la atención. En algún descuido podría huir, y concretar el sueño que todos tenemos desde chico: la fuga.
Todos alguna vez ideamos una causa injusta, una condena y un acto heroico que le devuelva al mundo una parte de la justicia que no tiene.
Y esta era mi oportunidad de concretarlo.
Sabia que debía hacerlo de noche. A eso de las tres todos dormían, seguro.
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