La confesión:
Las noches que siguieron fueron similares. Revolcado entre sabanas húmedas, sumergido en sueños vivos que me pedían descanso, pero daban fatiga.
En esas noches fue que vislumbre por primera vez la idea de escribir mi historia. Mis circunstancias me parecían tan irreales y disimiles, que parecían extraídas de una novela mágica y surrealista.
Cuando me cansaba de dar vueltas y la almohada empezaba a tenderme la trampa del ahogo, decidía incorporarme de un salto y enfrentarlo. Siempre lo hallaba igual, con la sonrisa dibujada y sentado en el sillón de la ventana. Casi siempre me tiraba extenuado en el sofá y el tan solo me miraba con su sonrisa falsa, desesperante.
A la cuarta noche no di más. Serian las cinco de la mañana, lo supe porque ya estaba aclarando. Mi cabeza ebullía. No sabia como desterrarlo de mi casa ni como borrarlo de mi mente. Que me ocupara la casa no era nada, porque no hacia ruido ni consumía mis víveres. Pero que usurpara mi propia cabeza era inadmisible.
Aquella noche pense de todo: podía llamar a una bruja (debía haber alguna todavía), tal vez llamarla a ella (quizá aceptaría verme). Pero cual era la solución. Mi cabeza volaba tratando de desprenderse de él de algún modo.
La llame, pero nadie contestaba. Si hubiera atendido se habría anticipado el fin, pero de nuevo no estaba o sabia que era yo y no atendía. Pero... como iba a saber que era yo después de tanto tiempo; no podía saber.
Desesperado salte de la cama para increparlo. Increíblemente no estaba. No podía ser pero no estaba. Mi delirio aumento y revolví todo buscándolo hasta que percibí su risita entrecortada. No podía soportarlo más.
Salí al balcón con lagrimas en los ojos. El sol estaba apenas asomando. Pense: es un lindo día para saltar. Sin darme cuenta pase del otro lado y en breve me hallaba suspendido en el aire. Mis dos manos se negaban a soltarse. No me animaba a mirar hacia abajo. Cuando gire mi cabeza lo vi allí, con su sonrisa sarcástica, colgando de mis pies. Sabia que si me soltaba era el fin, pero mis manos no iban a darle el gusto. Con las ultimas fuerzas trepe la baranda nuevamente. Sentía un peso enorme en las piernas, supongo que era la culpa.
Extenuado me acosté en el balcón. Después de un minuto quise levantarme pero no podía. Algo me mantenía contra el suelo y no era el cansancio. Con enorme esfuerzo logre incorporarme. Una vez arriba se repitió el impacto del baño. El mismo golpe, la misma certeza. Logre arrastrarme hasta adentro y allí me desmaye por un largo rato.
Al despertar lo vi allí frente a mí. Estaba en su sillón de la ventana. Me incorpore resignado; Víctor había ganado y yo tenia que confesar. Sabia que el no diría una palabra así que comencé:
-Esta bien, voy a hablar.-
Entonces borro su sonrisa.
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